La primera infancia es el período más crítico del desarrollo humano donde se construyen las bases biológicas y psicológicas de la persona, y debido a que coincide con el período en el menor se encuentra en su mayor condición de dependencia de los individuos adultos que lo rodean, debe existir un compromiso de la sociedad en términos económicos, políticos y sociales para visibilizar a las niñas y a los niños pequeños (González-Guajardo, 2014, Schneider & Ramires, 2008, Shonkoff & Phillips, 2000).
En la primera infancia, la
familia suele responsabilizarse del cuidado diario y de la promoción de los
derechos de los niños y las niñas, producto de una responsabilidad conjunta de
la sociedad y de los Estados, tal y como fue estipulado en 1989 en la Convención de los Derechos del Niño (Ortiz, Bensaja,
Carbonell & Koller, 2013). Si bien la familia no es el único medio de
socialización, la experiencia ha demostrado que se constituye en un factor
influyente de desarrollo integral de los seres humanos.
Estudios relevantes desde la
sociología, la psicología y la antropología, han situado a la familia como
fuente esencial del proceso histórico y de la construcción social del sujeto en
todas las sociedades del mundo. La
familia se erige como la institución por excelencia de las prácticas de la
crianza y el cuidado. Sin embargo, el advenimiento de nuevos procesos de
modernización adjuntos a inesperadas formas de relaciones sociales y de
trabajo, han establecido dispositivos de orden institucional externos a la
familia, a los que se ha encargado la función de socialización primaria
(Triana, Ávila & Malagón, 2010, p. 935).
En este sentido, no solo los
sujetos cuidadores familiares, sino también los no familiares, son esenciales
para promover el sano desarrollo de los niños y niñas. Estos cuidadores y
cuidadoras deben ser el foco de intervenciones efectivas que faciliten el
despliegue de todo su potencial humano, fortaleciendo los lazos afectivos y la calidad
del cuidado que proveen a los niños y niñas, apoyando a los padres y madres en
los desafíos que plantea el ejercicio de la parentalidad, y ayudándolos a crear
ambientes seguros y estimulantes (Mesa & Gómez, 2013, Mireles-Barrera,
Henríquez-Linero & Sánchez Castellón, 2009, Ortiz et al., 2013). La construcción y el establecimiento de un
vínculo afectivo perdurable sujeto cuidador persona menor, se logra mediante
interacciones diarias, frecuentes y recíprocas, activando a su vez el sistema
de cuidados y protección por parte del sujeto adulto/cuidador (Ainsworth,
Blehar, Waters & Wall, 1978).
Una niña o un niño que ha tenido la
oportunidad de crecer en un hogar con una crianza sensible -con madres y padres
afectuosos que le han brindado suficiente apoyo, aliento y protección-, sabrá
dónde buscar todo ello en momentos posteriores, y ofrecerlo a otros. Esta
vivencia, repetida con su padre y su madre, le permitirá saber y sentir que
puede confiar en el otro y que vive en un mundo seguro y predecible.
Su experiencia vincular le
generará unas expectativas y formas de ver e interpretar la información sobre
las relaciones sociales y afectivas, que lo guiarán en su forma de comportarse
y relacionarse con los otros (Carbonell et al., 2005, p. 33).
Las
intervenciones deben dirigirse a la motivación de los individuos cuidadores para
poder incrementar la frecuencia, el poder y la contingencia de sus respuestas a
las necesidades de los niños y niñas (Ainsworth, 1982, Pederson & Moran,
1995a), ya que la habilidad del sujeto adulto para ofrecer una respuesta
sensible, favorece el establecimiento de un vínculo de apego mutuamente
satisfactorio y se convierte en una poderosa variable para determinar la
seguridad del niño o niña (Ainsworth, Bell & Stayton, 1974).
Se sabe que las intervenciones
dirigidas a los sujetos cuidadores de niños y niñas entre cero y seis años de
edad, pueden impactar el desarrollo del capital social de las comunidades,
convirtiéndolas en estrategias relevantes para superar la pobreza (Knudsen, Heckman,
Cameron & Shonkoff, 2006).
La Teoría del Apego -creación
teórica y metodológica de John Bowlby (1969, 1973, 1980) y Mary Ainsworth
(Ainsworth, 1967, Ainsworth et al., 1978, Ainsworth & Wittig, 1969)-, es
una de las teorías de desarrollo socioemocional con mayor influencia en las
últimas cuatro décadas. Su vigencia y relevancia se manifiesta en la cantidad
de esfuerzos teóricos y de investigación emprendidos durante los últimos años,
en su extensión a otras áreas referentes al estudio de las relaciones interpersonales,
y en los esfuerzos por utilizar e implementar la teoría y los resultados de
investigación en el dominio clínico, específicamente en programas de prevención
e intervención (Posada, 2004, p. 13). El alcance explicativo de la teoría no se
queda a nivel hipotético, pues se ha ido nutriendo de la investigación empírica
realizada por diversos autores y autoras alrededor del mundo (e. g. Carbonell,
Plata & Alzate, 2006, Love, Harrison, Sagi-Schwarz, van Ijzendoorn &
Ungerer, 2003, Mills-Koonce et al., 2007, Nievar & Becker, 2008, Posada,
Alzate, Carbonell, Plata & Méndez, 2006, Posada et al., 1999, Sagi-Schwartz
& Aviezer, 2005).
La descripción formal
de la Teoría del Apego se encuentra en la trilogía El apego y la pérdida,
conformada por:
- El apego (1969)
- La separación afectiva (1973)
- La pérdida afectiva: tristeza y depresión (1980).
En la construcción de su teoría, Bowlby
integró ideas de campos de conocimiento distintos:
- del psicoanálisis -específicamente la teoría de las relaciones objetales-
- de la teoría etológica
- de la teoría de los sistemas de control
- de conceptos de las ciencias cognoscitivas.
Se trata de una teoría estructural que concibe el
desarrollo como un proceso de construcción y transformación constante (Sroufe,
1996). El apego es un vínculo afectivo sujeto menor-sujeto cuidador
relativamente perdurable, en el que el otro es importante como individuo único
y no intercambiable, con quien se quiere mantener cierta cercanía. Dicho
vínculo se manifiesta a través de un sistema organizado de conducta cuyo fin es
el mantenimiento de la proximidad entre el individuo y una o varias personas
afectivamente cercanas a el, normalmente concebidas como más sabias y fuertes.
Se trata de un lazo irremplazable -específico y discriminativo- que se
construye a través de las interacciones entre ambos miembros de la díada
(Ainsworth, 1989). (…) Los cuidadores colocan a los bebés en una matriz social
envolvente, y el self emerge y es moldeado por el entorno relacional… Los
deseos de tranquilidad y seguridad están en equilibrio con nuestra curiosidad
inherente y el deseo de explorar, lograr el dominio de ciertas habilidades, y
buscar experiencias significativas… (Sroufe, 2014, pp. 18-19).
Bowlby (1958)
consideró el fenómeno de la base segura como uno de los aspectos centrales de
la relación cuidador o cuidadoraniño o niña; un aspecto fundamental para la
lógica y coherencia de la Teoría del Apego, así como para su estatus como un
constructo organizacional (Waters & Cummings, 2000). Para Bowlby, la característica
esencial del apego no es la dependencia, ni la protesta de separación del
sujeto cuidador, sino más bien el balance -aparentemente intencional-, entre la
búsqueda de proximidad con el cuidador o cuidadora y la exploración en
distintos contextos y tiempos (Posada, 2004).
Las
intervenciones dirigidas a cuidadores y cuidadoras de infantes entre 0 y 6 años
de edad deben buscar mejorar la calidad de la interacción y de las primeras
experiencias emocionales (Belsky, Houts & Fearon, 2010), así como estimular
factores protectores para el desarrollo de las niñas y los niños en contextos
vulnerados.
Estas intervenciones son importantes no solo para la
promoción del bienestar infantil, sino también para la prevención de
situaciones de violencia doméstica, ayudando a la construcción de sociedades
más equitativas e inclusivas, así como a la reducción de comportamientos
abusivos y negligentes por parte del individuo cuidador, que desgraciadamente
continúan afectando a muchas niñas y niños. Estos elementos deben servir como
una guía en la implementación de intervenciones públicas y privadas, las cuales
deben ser elaboradas con base en objetivos y criterios científicos, para así
explicar empíricamente su efectividad y poder ser utilizadas en contextos
diversos (Ortiz et al., 2013).
El MBQS permite realizar una evaluación
exhaustiva de la sensibilidad de los cuidadores y cuidadoras, que no solo es
válida y confiable, sino que puede ser utilizada en ambientes naturales, a
diferencia de otros instrumentos de medición. Su relativa facilidad de
aplicación permite que, tanto investigadores como clínicos, lo utilicen como
herramienta de evaluación para conocer la sensibilidad del sujeto cuidador,
previo a la intervención psicoterapéutica o psicoeducativa y, una vez
finalizada la misma, calibrar si se logró o no aumentar la capacidad de la persona
adulta para estar atenta a las señales de los niños y niñas, darles una
interpretación adecuada y responder contingentemente a las mismas.
Cuando una intervención es
altamente efectiva en el aumento de la sensibilidad de la persona adulta,
aparece un cambio paralelo y positivo en la seguridad del apego de la niña o el
niño (Bakermans-Kranenburg et al., 2003, Ortiz et al., 2013). Por razón de la
institucionalización en edades tempranas (Triana et al., 2010), la provisión de
cuidado a la primera infancia es una tarea colaborativa, por lo que la
evaluación de las intervenciones no debe enfocarse únicamente en las familias,
sino también en sujetos cuidadores secundarios familiares y no familiares.
Existe una tendencia mundial
que promueve la evaluación de la calidad educativa, centrada en aspectos
pedagógicos, sin tomar suficientemente en cuenta la evaluación de otras
variables de igual importancia para la calidad, como lo son la interacción y
construcción de vínculos afectivos entre los individuos cuidadores secundarios
profesionales y las personas menores.
El desarrollo emocional en la
infancia implica cambios continuos en la capacidad del niño o niña para
relacionarse con el medio, así como en la manera en que se percibe a sí mismo o
a sí misma, y al mundo circundante. Se espera que los niños y
las niñas adquieran la capacidad de establecer relaciones firmes y seguras.
Debido a que todos y todas somos corresponsables de garantizar los derechos de las
niñas y los niños, no se trata única ni exclusivamente, de asegurar condiciones
mínimas de calidad de vida para toda la población, sino de corregir las
inequidades sociales. Lo anterior requiere de una profunda transformación cultural que
modifique los patrones de incumplimiento de las responsabilidades por parte de
los cuidadores y cuidadoras, y que cambie también la cultura institucional de
relativa tolerancia frente a esto (Durán-Strauch & Valoyes, 2009).
“(…)
la calidad del cuidado… maternal determina la calidad de la seguridad del apego
del infante… dependiendo de la calidad del apego… le permite o no sentirse
confiado, seguro y competente para explorar su entorno, aprender de la
experiencia, aceptar lo que se le ofrece, obedecer y establecer relaciones con
otros. De tal manera que emocionalmente el individuo es capaz de expresar sus
sentimientos, regular sus emociones, tolerar la frustración, ser autónomo,
pedir ayuda cuando la necesita, sentir empatía, valorar ponderadamente las
situaciones y las relaciones; en lo social es competente para establecer
relaciones afectuosas, recíprocas y estables con compañeros y adultos, y
resolver de modo favorable los conflictos, y en lo cognitivo, es competente
para resolver tareas y problemas. Así, el comportamiento adaptativo,
disruptivo, agresivo o ansioso que, por ejemplo, un preescolar muestra, no
surge espontáneamente a partir de la llegada a la escuela, sino que sus
antecedentes se han generado desde su primera infancia en el seno familiar
(Juárez-Hernández, 2004c, pp. 7-8).
La calidad del vínculo de apego influye en el desarrollo emocional,
cognitivo y social de los niños y niñas (Shonkoff & Phillips, 2000),
futuros sujetos adultos quienes, criados en ambientes más sensibles, podrían
convertirse en ciudadanos y ciudadanas más justos y solidarios, en lugar de
reproducir la cultura de la violencia (Carbonell et al., 2005, Pardo, 1999).
Una figura de apego es aquella
persona que brinda al niño o niña una base de seguridad en situaciones de
hambre, incomodidad, tensión o peligro
(Ainsworth, 1967, Ainsworth et al., 1974, Ainsworth et al., 1978, Ainsworth
& Bowlby, 1991, Bowlby, 1973, 1988, Waters & Cummings, 2000), por lo
que la posibilidad de formar vínculos de apego está cimentada en la evolución
misma, ya que el apego hace las veces de un sistema de regulación diádica del
estrés.
Al tratarse de un vínculo
emocional no es observable, sino que se infiere a partir de la conducta
(Weinfield, Sroufe, Egeland & Carlson, 1999). George & Solomon (1999),
siguiendo a Bowlby, proponen que, así como en el sujeto menor la función
adaptativa del apego es la supervivencia, las prácticas de crianza deben velar
por la protección de las crías. Una base segura protectora ofrece una variedad
de oportunidades de aprendizaje bajo supervisión; interacciones exploratorias
con objetos y personas que alcanzan sus niveles óptimos con el apoyo de la
figura de apego (Seifer & Schiller, 1995). Si bien se ha cuestionado la
generalidad transcultural de los constructos básicos e hipótesis de la Teoría
del Apego (Rothbaum, Wiesz, Pott, Miyake & Morelli, 2000), existe alguna
evidencia empírica que apoya la universalidad del fenómeno de la base segura
(e. g. Posada, 2002, Posada, Carbonell, Alzate & Plata, 2004, Posada et
al., 2002).
Ainsworth recolectó información empírica que
sirvió como apoyo a la evidencia y de fundamento para la construcción de la Teoría
de Apego, a partir de los estudios realizados en Uganda (Ainsworth, 1963, 1967)
y en Baltimore (Ainsworth, Bell & Stayton, 1971, Ainsworth et al., 1978);
sus observaciones permitieron:
• describir
el fenómeno de la base segura;
• conceptualizar
la calidad del vínculo de apego en un continuo de seguridadinseguridad;
• definir la calidad del cuidado en términos de sensibilidad,
accesibilidad, aceptación y cooperación ante las señales y comunicaciones del
infante;
• identificar
diferencias individuales respecto a la seguridad del apego, encontrando
patrones de apego organizado, cualitativamente distintos (Ainsworth et al.,
1978).
La observación naturalística
de las conductas de base segura es el punto de referencia para las mediciones
de apego, mediciones que han sido validadas y revalidadas en distintas muestras
y culturas (e. g. Ainsworth et al., 1978, Waters, Kondo-Ikemura, Posada & Richters,
1991).
La
Situación Extraña -SE- es el procedimiento prototipo para
evaluar en el laboratorio la calidad del apego niño o niña-cuidador o
cuidadora, entre los 12 y los 18 meses de vida (Ainsworth & Wittig, 1969,
Ainsworth et al., 1978). La SE comprende ocho episodios de tres minutos o menos
cada uno, en los que hay dos separaciones y dos reuniones sujeto cuidador-sujeto
menor; situación que provoca niveles gradualmente crecientes de ansiedad en la
niña o el niño, capaces de evocar y así poder evaluar las conductas de apego en
interacción con su cuidador o cuidadora (Juárez-Hernández, 2004a). Gracias a
este procedimiento pionero y a la consistencia de sus resultados, se reafirma
la necesidad de evaluar no solo a los niños y niñas, sino también a sus
cuidadores o cuidadoras en situaciones naturales. Una de las hipótesis básicas
de la Teoría del Apego es que la calidad del cuidado provisto por la persona
adulta es central para la organización del comportamiento de base segura en el
individuo menor (Ainsworth, et al., 1978, Bowlby, 1969, Ortiz et al., 2013).
Se cuenta con evidencia empírica que afirma
que el apego seguro es producto de la sensibilidad, es decir, de la calidad de
respuesta del sujeto cuidador a las necesidades específicas del niño o niña (e.
g. Moran, Forbes, Evans, Tarabulsy & Madigan, 2008): un cuidador o
cuidadora accesible responderá adecuadamente a las necesidades de la persona
menor, y la hará sentir merecedora de cuidado.
Mary Ainsworth (1973) planteó el constructo de
sensibilidad materna para describir la habilidad de la madre para estar atenta
a las señales del hijo o hija, interpretarlas correctamente, y responder pronta
y apropiadamente. Una madre sensible centra su atención en las necesidades físicas y
emocionales de su hijo o hija y es capaz de ver las cosas desde el punto de
vista del niño o niña. Asimismo, sincroniza las actividades de su hijo o hija
con las propias, negocia ante conflictos y se ajusta a los estados emocionales,
al momento evolutivo y a las particularidades del sujeto menor
(Ainsworth, 1982, Ainsworth et al., 1978, Bowlby, 1969, Carbonell et al., 2005,
Emde, 1980, Seifer & Schiller, 1995).
Ainsworth (1973) desarrolló
cuatro escalas para evaluar el constructo de sensibilidad materna, en las que
consideró los siguientes aspectos clave:
1) sensibilidad vs insensibilidad
2) aceptación vs rechazo
3) cooperación vs
interferencia
4) accesibilidad vs
ignorar/descuidar.
Sensibilidad no es sinónimo de
calidez o amor (Seifer & Schiller, 1995), ya que la sensibilidad es
producto de una relación recíproca y coordinada donde ambos interlocutores
cooperan a nivel emocional y conductual, a pesar de que esta relación se
enmarque en climas emocionale (Salinas & Posada, 2015) s positivos (Carbonell,
2011). El cumplimiento a las demandas del sujeto menor, así como la atención a
sus necesidades, no lo condenan a la dependencia perpetua, sino que catapultan
su autoconfianza al sentir que modifican el ambiente que lo rodea de manera
eficaz. La respuesta afectuosa y cargada de entendimiento no hace individuos
consentidos y malcriados, sino niñas y niños empáticos (Weinfield et al.,
1999).
Referencia bibliográfica
Salinas, F., & Posada, G. (2015). MBQS: Método de
evaluación para intervenciones en apego dirigidas a primera infancia /MBQS:
Evaluation method for attachment-based interventions in early childhood/MBQS:
Método de avaliação para intervenções em apego dirigidas à primeira infância. Revista
Latinoamericana, 13(2), 1051-1063.
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