La exigencia de responsabilidad individual
sobre los propios actos forma parte del proceso educativo desde sus primeras
etapas, y es también un principio de la educación formal; lo que difieren son
las respuestas educativas o sociales y la reacción responsabilizadora, en
función del momento evolutivo del individuo.
Por tanto, la responsabilidad sobre los propios actos es un
factor esencial en el desarrollo de la propia identidad.
El modelo de intervención sustentado en la responsabilidad
hace hincapié en que el menor asuma sus acciones como propias y las
consecuencias que de ella se derivan, tanto positivas como negativas, y tanto
para él como para los demás.
La responsabilidad individual (por transgresión de las
normas) se aplica confrontando al menor con sus actos y haciéndole comprender
las consecuencias que éstos tienen para las víctimas, para la sociedad en
general y para él mismo.
Los menores deben tener la oportunidad de poder observar,
analizar e interiorizar las consecuencias, tanto positivas como negativas, que
tienen sus actos y decisiones, tanto para los demás como, principalmente, para
ellos mismos.
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