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¿QUÉ ES EL CONFLICTO?


Se entiende por conflicto toda aquella “situaciones en las que dos o más personas entran en oposición o desacuerdo porque sus posiciones, intereses, necesidades, deseos o valores son incompatibles, o son percibidos como incompatibles, donde juegan un papel muy importante las emociones y los sentimientos” (Torrego, 2003, p. 37). 
Los conflictos pueden variar en cuanto a tipología, intensidad y gravedad y en ello influyen variables como:
a)    La experiencia personal. Por ejemplo, una situación puede ser vivida como potencialmente conflictiva en función de variables como:
1) que se identifiquen ciertas similitudes entre dicha situación y otras experiencias negativas del pasado (y será igual para quien no ha tenido las mismas vivencias)
2) en función de variables físicas y biológicas (una persona con TDAH analizará la situación potencial de conflicto con menor madurez, atendiendo a aspectos parciales y sin darse tiempo para prever las consecuencias de sus actos)
3) aspectos que tienen que ver con la madurez cognitiva (la disminución de conflictos en los adultos podría asociarse a una mayor capacidad para ponerse en el lugar del otro, una mayor reflexividad en el análisis de las situaciones, a una toma de decisiones más fundamentada, a expectativas sobre sí mismo y los otros más razonables, etc.)
4) otras diferencias individuales (como los estilos atribucionales o al grado de ajuste emocional del sujeto en ese momento).
b)   El marco social y familiar
c)    Aspectos biológicos, cognitivos y emocionales (en referencia al grado de ajuste emocional de la persona en ese momento).
Clasificación de los distintos tipos de conflictos sería la propuesta por Torrego (2003).
a)    Conflictos de relación/comunicación.
En este tipo de conflictos no existe una causa concreta, más allá de una relación deteriorada.
Aquí entrarían todos aquellos que tienen que ver con malos entendidos, confusiones, rumores, desvalorización del otro..., así como los “conflictos de percepción” que se denomina a aquellos conflictos que tienen su origen en la percepción particular que tiene cada persona respecto un hecho, situación o evento y que conducen a versiones muy distintas de una misma realidad.
b)   Conflictos de intereses o necesidades.
Serían aquellos en los que realmente los sujetos no sólo parten de posiciones opuestas, sino que tienen la percepción de que para conseguir lo que quieren, la otra parte tiene que renunciar a lo que tiene (una relación que podría definirse como “yo gano-tu pierdes”). En estos casos podemos encontrarnos con:
·         conflictos por recursos” (por poder acceder a los mismos objetos, tiempos, espacios, etc.) o
·         “conflictos por actividades” (desacuerdos en la forma de realizar trabajos o tareas comunes o interdependiente).
c)    Conflictos por preferencias o valores.
Aquí entrarían todos aquellos conflictos que tienen que ver con el sistema de creencias de cada persona, y que determinan:
·         la actitud que toma ante la vida y los acontecimientos
·         la toma de decisiones
·         la regulación de su comportamiento.
Así, por ejemplo, un chico educado bajo la premisa de que “los niños no lloran” es posible que cuando se sienta frustrado o deprimido, sea más probable que convierta su tristeza en ira y que esta sea generadora de conflictos.
¿Son los conflictos negativos?
     Los conflictos en sí mismos no son negativos, ya que pueden constituir un motor de cambio personal o social. Es la intensidad de dichos conflictos y la manera de abordarlos lo que les convierte en algo constructivo o destructivo.
    Ya nadie cuestiona que la mejora de la convivencia no debe entenderse como la ausencia de conflictos, ya que estos son inevitables a las relaciones humanas, sino como la existencia de unas relaciones interpersonales que contribuyan a un clima positivo, en el que la resolución de los problemas permita avanzar a las personas y a la instrucción (Martín, et al., 2003). Es por este motivo por el que en el Centro Beatriz nos centramos en el conocimiento de la tipología del conflicto, su naturaleza, las variables que intervienen en su generación y mantenimiento, así como todos aquellos aspectos derivados de su manejo y resolución.
     En este sentido siguiendo a Uruñuela (2009) para un adecuado análisis del conflicto debemos identificar el origen o causa de un conflicto adecuadamente (que es lo que nos va a permitir poder encontrar la mejor forma de abordarlo) debemos entender qué subyace al comportamiento conflictivo.
     Para entenderlo mejor se suele comparar el conflicto con un iceberg, de modo que tenemos una parte visible, que serían las conductas de las personas en conflicto, que impiden o dificultan el desarrollo de unas relaciones positivas; pero, a la vez, hay una parte sumergida, que explica por qué tienen lugar estas conductas. En esta parte menos visible u oculta situamos todas aquellas variables mencionadas antes y que influyen en la aparición, mantenimiento y gravedad del conflicto. Y es a través de la identificación de aspectos concretos de la persona (como sus necesidades, creencias, sentimientos, opiniones, valores o actitudes, entre otros) cómo podemos llegar a una intervención eficaz.
Por otro lado, también debemos aprender a abordar los comportamientos alterados por el conflicto. Ortega (2007) señala que en las situaciones conflictivas es normal que activemos cierto nivel de agresividad, pero también resulta prioritario aprender a dominarla (desarrollando nuestra propia capacidad de autorregulación emocional). En este sentido es importante que seamos capaces de identificar cuándo una reacción agresiva es reactiva, deliberada, cuándo es reincidente y en qué momento comienza a justificarse como algo normal e incluso necesario.

María Jesús Suárez Duque
Psicóloga y Educadora Social
Centro Beatriz. Apoyo Emocional, Educativo e Integración Social.
Solicita una consulta 630723090




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