Psicóloga Maria Jesus Suárez Duque PROBLEMAS EMOCIONALES Emociones provocadas por autoevaluaciones negativas vergüenza y culpa
EMOCIONES PROVOCADAS POR AUTOEVALUACIONES NEGATIVAS: VERGËNZA Y CULPA
La vergüenza
La vergüenza surge cuando se da una evaluación negativa del yo de carácter global. La experiencia fenomenológica de la persona que experimenta vergüenza es el deseo de esconderse, de desaparecer. Es este estado muy desagradable, que provoca la interrupción de la acción, una cierta confusión mental y cierta dificultad, cierta torpeza, para hablar. Físicamente, se manifiesta en una especie de encogimiento del cuerpo: la persona que siente vergüenza se encorva como si quisiera desaparecer de la mirada ajena. En la medida en que supone un ataque global al yo que resulta muy doloroso, la persona va a intentar liberarse de este estado emocional. Pero ello no resulta tan fácil, por ello la persona a fin de liberarse de la vergüenza, acaba recurriendo a mecanismos tales como la reinterpretación de los eventos, la disociación del yo, el olvido (represión) de la situación...
La culpa
La culpa surge de una evaluación negativa del yo más específica, referida a una acción concreta. Desde el punto de vista fenomenológico, las personas que sienten culpa también experimentan dolor, pero en este caso el dolor tiene que ver con el objeto del daño que se ha hecho o con las causas de la acción realizada (o simplemente, pensada). Dado que el proceso cognitivo atribucional se centra en la conducta y no en la globalidad del yo, la experiencia de culpa no es tan displacentera ni provoca tanta confusión como la vergüenza. Por otra parte, la culpa no lleva a la interrupción de la acción. De hecho, esta emoción conlleva una tendencia correctora que a menudo conduce más bien a la puesta en marcha de conductas orientadas a reparar la acción negativa, así como a una reconsideración de la forma de actuación futura. En cuanto a su expresión no verbal, la persona tendería a moverse inquieta por el espacio, como si se tratara de ver qué puede hacer para reparar su acción; además en la culpa tampoco se experimenta rubor facial. Dado que la culpa se centra en una conducta concreta, las personas pueden liberarse de este estado emocional con relativa facilidad a través de la acción correctora. Ahora bien, esta no siempre es viable y, como consecuencia, este estado emocional a veces puede resultar también muy displacentero.
La culpa en principio posee una intensidad negativa menor, es menos autodestructiva y, en la medida en que implica tendencias correctoras, se revela como una emoción más útil que la vergüenza.
La vergüenza surge cuando se da una evaluación negativa del yo de carácter global. La experiencia fenomenológica de la persona que experimenta vergüenza es el deseo de esconderse, de desaparecer. Es este estado muy desagradable, que provoca la interrupción de la acción, una cierta confusión mental y cierta dificultad, cierta torpeza, para hablar. Físicamente, se manifiesta en una especie de encogimiento del cuerpo: la persona que siente vergüenza se encorva como si quisiera desaparecer de la mirada ajena. En la medida en que supone un ataque global al yo que resulta muy doloroso, la persona va a intentar liberarse de este estado emocional. Pero ello no resulta tan fácil, por ello la persona a fin de liberarse de la vergüenza, acaba recurriendo a mecanismos tales como la reinterpretación de los eventos, la disociación del yo, el olvido (represión) de la situación...
La culpa
La culpa surge de una evaluación negativa del yo más específica, referida a una acción concreta. Desde el punto de vista fenomenológico, las personas que sienten culpa también experimentan dolor, pero en este caso el dolor tiene que ver con el objeto del daño que se ha hecho o con las causas de la acción realizada (o simplemente, pensada). Dado que el proceso cognitivo atribucional se centra en la conducta y no en la globalidad del yo, la experiencia de culpa no es tan displacentera ni provoca tanta confusión como la vergüenza. Por otra parte, la culpa no lleva a la interrupción de la acción. De hecho, esta emoción conlleva una tendencia correctora que a menudo conduce más bien a la puesta en marcha de conductas orientadas a reparar la acción negativa, así como a una reconsideración de la forma de actuación futura. En cuanto a su expresión no verbal, la persona tendería a moverse inquieta por el espacio, como si se tratara de ver qué puede hacer para reparar su acción; además en la culpa tampoco se experimenta rubor facial. Dado que la culpa se centra en una conducta concreta, las personas pueden liberarse de este estado emocional con relativa facilidad a través de la acción correctora. Ahora bien, esta no siempre es viable y, como consecuencia, este estado emocional a veces puede resultar también muy displacentero.
La culpa en principio posee una intensidad negativa menor, es menos autodestructiva y, en la medida en que implica tendencias correctoras, se revela como una emoción más útil que la vergüenza.
Referencia bibliográfica
Fernández, E., García, B., Jiménez, M. P., Martín, M.
D., & Domínguez, F. J. (2011). Psicología de la Emoción. Madrid:
Universitaria Ramón Areces.
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