Componentes
importantes de los hechos traumáticos son codificados y procesados a nivel
subcortical. El pasado, el presente y el futuro no son diferenciados, y aspectos
de la experiencia traumática pasada se confunden con la realidad actual. Los
intentos del paciente por recordar o reconocer los hechos traumáticos pueden
precipitar la “rememoración” bajo la forma de sensaciones físicas,
reacciones autónomas y movimientos involuntarios.
El
terror, el miedo, la indefensión y la desesperación se ven avivados por estas
reacciones somáticas. Las distorsiones cognitivas relacionadas con la traumatización
parecen confirmarse una y otra vez: “El mundo es peligroso. Jamás estaré a
salvo”. El procesamiento eficaz de la información a nivel cognitivo, emocional
y sensoriomotriz se ve profundamente dificultado.
Ante
el desbordamiento, la desesperación, el autodesprecio y la desregulación
autónoma postraumáticas, todos los terapeutas tratan de ayudar a los pacientes
a lograr una mayor estabilidad a nivel fisiológico, emocional y funcional. La
mayoría de los terapeutas coinciden en que más tarde o más temprano, una vez
lograda la estabilidad, la mayoría de los pacientes necesitan afrontar
directamente sus experiencias traumáticas con objeto de poder cerrar la
experiencia (Cloitre, Koenen, Cohen y Han, 2002; Gold, 1998). La mayoría de
los enfoques terapéuticos ayudan a los pacientes a encontrar las palabras para
describir las terribles experiencias que han sufrido, comprender por qué estas
experiencias continúan estando tan penosamente grabadas en su paisaje interior,
y desarrollar nuevas acciones mentales y físicas que se adapten a la realidad
actual. Al incluir el cuerpo como una vía primaria de acceso en el
procesamiento del trauma, los terapeutas pueden trabajar directamente las
sensaciones y los movimientos con objeto de influir en los síntomas y favorecer
un cambio en las cogniciones, las emociones, los sistemas de creencias y la
capacidad de relación de los pacientes (Aposhyan, 2004; Bakal, 1999;
Kepner, 1987, 1995; Kurtz, 1990, comunicación personal, 14 de agosto de
2005; Kurtz y Prestera, 1976; Levine, 1997; Ogden y Minton, 2000;
Rothschild, 2000).
PRINCIPIOS
TERAPÉUTICOS BÁSICOS DE CARA A SINTETIZAR LAS TÉCNICAS SOMÁTICAS CON LOS ENFOQUES
COGNITIVOS
Los principios
terapéuticos básicos de cara a sintetizar las técnicas somáticas con los
enfoques cognitivos descendentes tradicionales, permite no sólo aliviar
los síntomas y resolver el pasado traumático, sino también ayudar a
los pacientes a vivenciar una reorganización del sentido de la propia
identidad personal.
Intervenciones
descendentes y ascendentes
A
medida que los pacientes aprenden a observar, con curiosidad y sin juzgar, sus
tendencias de acción habituales según van saliendo a la superficie en el
contexto de las sesiones de terapia, se hace posible experimentar con la
posibilidad de desarrollar unas tendencias de acción diferentes, más
adaptativas. Las técnicas que permiten ayudar a los pacientes a efectuar este
cambio requieren una diferenciación y una integración concienzudas de los
enfoques terapéuticos descendentes y ascendentes.
Las técnicas descendentes mediatizadas
corticalmente se
sirven de las cogniciones para regular los afectos y las vivencias
sensoriomotrices, centrándose en la adscripción de sentido y en la comprensión (understanding). El punto de partida es la
historia, y la formulación de una narrativa coherente es de vital importancia. El
sentido lingüístico de la propia identidad se ve fortalecido por este proceso,
y la experiencia (la
vivencia sensoriomotriz)
cambia a través de la comprensión. En los enfoques ascendentes, las sensaciones y los
movimientos corporales constituyen el punto de partida, y los cambios en la
experiencia sensoriomotriz se utilizan para reforzar la propia regulación, el
procesamiento mnémico y el desenvolvimiento óptimo en la vida cotidiana. El
sentido y la comprensión emergen a raíz de las nuevas experiencias corporales y
no a la inversa. A través de las intervenciones ascendentes, el cambio en
el sentido somático (no verbal)
del yo (self) afecta a su vez al sentido
lingüístico (verbal) del yo.
La psicoterapia sensoriomotriz combina estas
intervenciones ascendentes, que se ocupan directamente de los movimientos, las
vivencias sensoriales y las sensaciones corporales, con los enfoques cognitivos
y el diálogo verbal descendentes.
Las
intervenciones ascendentes se utilizan para observar y apoyar el procesamiento
sensoriomotriz: los pacientes aprenden a rastrear concienzudamente (lo que
supone un proceso cognitivo descendente) la interrelación entre las sensaciones
físicas, los movimientos y los impulsos (procesos sensoriomotrices) y a
advertir sus reacciones internas a los “ensayos experimentales” de nuevas
acciones físicas. La integración de las intervenciones ascendentes y
descendentes requiere que el paciente le conceda prioridad a las vivencias
sensoriales y motrices, y observe su interrelación con los niveles emocional y
cognitivo de procesamiento de la información. Los pacientes aprenden a advertir
de qué forma los pensamientos y las emociones afectan al cuerpo, y también de
qué forma diferentes sensaciones y movimientos físicos afectan a los niveles
superiores de procesamiento de la información. Al utilizar el cuerpo (en lugar
de únicamente las cogniciones o las emociones) como una entrada fundamental y
una vía de acceso a la exploración de las experiencias traumáticas, se abordan
directamente los efectos de la traumatización sobre el cuerpo y sobre el
aprendizaje procedimental.
En una
sesión, un tema o una “historia” abordados bajo la forma de una conversación
corriente constituye la introducción verbal al trabajo por hacer. Mientras el
paciente narra la experiencia o expone la cuestión, el terapeuta observa la
organización de su experiencia en el momento actual (lenguaje corporal,
emociones, pensamientos, movimientos) en busca de posibles “indicadores”
(Kurtz, 2004) de tendencias de origen traumático. Esta detenida observación
de cómo organiza el paciente su experiencia interna cuando habla de la traumatización
pasada o de cuestiones actuales permite guiar la elección respecto de qué
elemento en particular de la experiencia actual se debería tomar como la vía de
acceso (el punto o puerta de entrada)
con
vistas a una exploración más profunda.
Incluso
en esta primera fase de una sesión, las tendencias relacionadas con la
traumatización son cuestionadas a través de la focalización plenamente
consciente en cada uno de los distintos componentes, a través de la
ralentización del ritmo y del desplazamiento de la concentración de “hablar
acerca de” a observar qué está sucediendo a nivel de la experiencia interna del
paciente mientras está hablando. El terapeuta suscita la curiosidad del
paciente y su plena conciencia respecto de los distintos elementos constitutivos
que componen la experiencia actual en base a interrogarle acerca de los
pensamientos, las emociones, la información exteroceptiva (los sentidos), la
información interoceptiva (las sensaciones corporales) y los movimientos que van
aflorando.
El momento
presente
Si
bien la mayoría de los enfoques psicoterapéuticos “coinciden en que la labor
terapéutica en el ‘aquí y ahora’ tiene la máxima fuerza a la hora de suscitar
el cambio” (Stern, 2004, p. 3), la terapia verbal tiene un efecto
directo limitado sobre las tendencias de acción procedimentales (instrumentales) desadaptativas cuando éstas
aparecen en el momento actual. Si bien el hecho de relatar “la historia” ofrece
una información crucial acerca del pasado y de la experiencia vital actual
del paciente, el
tratamiento debe abordar la vivencia en el aquí y ahora del pasado
traumático, más que su contenido o su narrativa, con objeto de poder
cuestionar y transformar el aprendizaje procedimental.
Dado
que las tendencias físicas y mentales asociadas al aprendizaje procedimental se
manifiestan en el momento actual, las reacciones emocionales pensamientos,
imágenes, sensaciones y movimientos corporales momentáneos (in-the-moment),
realizados en el momento, en el aquí y ahora
(relacionados
con el trauma, que emergen espontáneamente en la sesión de terapia se
convierten en los puntos focales de exploración y de cambio.
Si
bien los psicoterapeutas con una formación tradicional están acostumbrados a
hacer barridos amplios (generales,
de conjunto, sin entrar en detalles),
prestando atención a los relatos verbales de experiencias pasadas o de
fragmentos de experiencias, trabajar en el momento requiere una concentración
más estrecha en “la experiencia sentida (la
vivencia subjetiva) respecto
de lo que sucede durante el curso de un breve tramo de conciencia” (Stern,
2004, p. 32). El centro de interés de las intervenciones terapéuticas se
desplaza de la conversación normal sobre el pasado traumático o las
dificultades actuales del paciente a lo que está sucediendo al nivel de la
conducta y de la experiencia interna del paciente, momento a momento
(Chefetz,2000).
Señala
Kurtz (1990):
La
experiencia actual (presente) del paciente (sensaciones corporales, movimientos,
percepciones sensoriales, emociones, cogniciones)
constituye un ejemplo vívido de cómo se organizan todas las experiencias, y
brinda la oportunidad de estudiar cómo y por qué se organiza la experiencia
precisamente de esa forma. Las experiencias (actuales) son una fuente potencial de beneficios
(algo que se puede utilizar
favorablemente) y
estudiarlas es muy diferente de hablar de ellas o de quedarse enganchado (atrapado,
estancado) en
ellas (p. 11).
En
terapia, cuando tienen lugar incidentes significativos o cuando el paciente
describe una experiencia pasada significativa, trabajar en el momento presente
les permite al terapeuta y al paciente descubrir en colaboración las
tendencias de acción y las reacciones procedimentales que acompañan a dichas
narrativas. Esta organización de la experiencia en el momento presente
es impredecible respecto de su evolución: “El microcosmos asociado a cada
uno de los momentos del presente (del
aquí y ahora) es
único. Viene determinado por las condiciones locales de tiempo, espacio,
experiencia anterior (pasada,
previa) y las particularidades de las
condiciones constantemente cambiantes en las que adopta su forma. Por
tanto, no es cognoscible de antemano” (Stern, 2004, pp. 38-39). El
“estudio” (self study, por parte del individuo9 del momento presente (Kurtz,
1990) conduce a aumentar el conocimiento y la comprensión de las tendencias de
acción físicas y mentales, y ampliar el repertorio de opciones a la hora
de cambiarlas.
Estimular
la exploración: la conciencia plena de la organización de la experiencia en el
momento presente
El sistema responsable de la exploración “impulsa y dinamiza muchas
de las complejidades mentales que los seres humanos sienten bajo la forma de
sensaciones persistentes de interés y de
curiosidad…”
(Panksepp, 1998, p. 145). La estimulación del sistema de exploración del
paciente con objeto de que
sienta curiosidad por
las tendencias de acción que se manifiestan en el momento presente es esencial
para poder llevar a cabo un cambio en las tendencias procedimentales. Por
ejemplo, cuando una paciente habla en terapia de su accidente traumático
de coche, su terapeuta le sugiere que se interese por la forma como está
organizando la experiencia (lo que está pasando por dentro) a nivel de sus pensamientos,
emociones, sensaciones y movimientos, cuando se pone a hablar o incluso
a pensar acerca del accidente:
El terapeuta y el paciente estudian qué es lo que está
pasando, no como una dolencia o algo de lo que haya que deshacerse, sino
en un esfuerzo por ayudar al paciente a tomar conciencia de cómo se
organiza la experiencia y cómo se podría ampliar la capacidad de
vivenciar. La labor en su conjunto (la
totalidad del cometido) es
más un entretenimiento y un juego que un trabajo (una obligación penosa), y está motivada por la
curiosidad más que por el miedo (Kurtz, 1990, p. 111).
A
través de la conciencia plena de la organización de la experiencia en el
momento presente, el paciente pasa de estar atrapado en la historia y alterarse
por sus reacciones a sentir curiosidad por ellas (Siegel, 2007). La paciente
advierte que está hablando del accidente, le viene el pensamiento
de Me voy a morir. A continuación, observa que su cuerpo se tensa en
respuesta a dicho pensamiento y dice sentirse ligeramente nerviosa.
En lugar de revivir la experiencia, como podría haber pasado si el terapeuta no
hubiera llamado su atención en dirección a observar la organización de la
experiencia en el momento actual, la paciente está aprendiendo a retroceder (distanciarse), observar e informar de ello.
Está descubriendo la diferencia entre “tener” una experiencia y explorar la
organización de dicha experiencia aquí y ahora, días, semanas o años después de
los hechos.
CUENTA LA EXPERIENCIA – PENSAMIENTO –
RESPUESTA DE SU CUERPO A DICHO PENSAMIENTO – CÓMO SE SIENTE
La observación
plenamente consciente de la experiencia en el aquí y ahora modifica el
procesamiento de la información. En lugar de desencadenar el secuestro
ascendente de las cogniciones -i.e.,
el quedar “atrapados” en el nivel sensoriomotriz (fisiológico)- o la escalada de las
creencias y las emociones de origen traumático en relación con el peligro
inminente, el acto de la exploración plenamente consciente facilita el
procesamiento dual. Los pacientes no se quedan atrapados en las creencias o la
activación fisiológica relacionadas con el trauma, sino que, en su lugar,
estudian la evocación de los componentes específicos de la experiencia interna,
y en especial de las reacciones corporales.
La
activación fisiológica permanece dentro de los límites del margen de tolerancia
y las asociaciones con los recuerdos traumáticos comienzan a pasar de ser unas
reacciones automáticas y exageradas a ser unas respuestas mediatizadas y
observables. Se ha demostrado que el uso de la conciencia
plena modifica el funcionamiento cerebral en un sentido positivo, incrementando
la actividad en las áreas del cerebro asociadas a las emociones positivas (Davidson
et al., 2003). La exploración consciente de la experiencia en el
aquí y ahora también se cree que activa las funciones ejecutiva y
observadora del córtex prefrontal. Con frecuencia, los córtices prefrontales
y las funciones cognitivas no logran inhibir las acciones defensivas
instintivas suscitadas por el trauma no resuelto (Van der Kolk, 1994) y
la capacidad de autoobservación se ve dificultada. La activación del córtex
prefrontal les permite a los pacientes mantener una presencia
observadora.
La labor del terapeuta consiste en
“despertar” los córtices prefrontales a través de la conciencia plena,
estimulando la curiosidad característica del sistema de acción responsable de
la exploración con objeto de descubrir la organización de la experiencia.
La capacidad de mantener la observación de la experiencia interna es lo
que podría impedir que los pacientes se vean desbordados por la
estimulación de las reacciones traumáticas pasadas y puedan desarrollar
una “coherencia mental” (Siegel, 2006).
La conexión social: desarrollar una relación terapéutica
colaboradora
La curiosidad, el
sello distintivo de la exploración, es vivida como intrínsecamente generadora
de conflicto para el niño situado dentro de un entorno desconcertante, engañoso
o peligroso (Berlyne, 1960; Bronson, 1972). Por un lado, la curiosidad da
origen a la fascinación y la exploración; por otro, cuando la exploración es
percibida como algo potencialmente peligroso, la curiosidad puede suscitar
miedo y cautela.
Al
igual que el cuidador “suficientemente bueno” en la relación con el niño, el
terapeuta debe demostrar sensibilidad hacia la necesidad de los pacientes tanto
de seguridad como de exploración de la organización interna de su experiencia.
Reconociendo las dificultades que aparecen cuando los pacientes se deciden a
explorar, el terapeuta les ayuda a permanecer dentro del margen de
tolerancia, regulando relacionalmente su ansiedad de manera que puedan mantener
la atención en el objetivo de la exploración (Cassidy y Shaver, 1999). En
otras palabras, cuando los pacientes prueban a explorar y se sienten
perturbados, frustrados o a la defensiva, el terapeuta les ayuda a reducir el
desasosiego al tiempo que alentándoles simultáneamente a proseguir
cautelosamente con la exploración: “El apoyo receptivo durante la exploración se
caracteriza por reconocer la frustración del niño (o del paciente) e insinuar una posible
solución que sea apropiada, dado el nivel de desarrollo del niño (del paciente) (Grossmann et al., 1999,
p. 763).
A
menudo en terapia, este apoyo receptivo adopta la forma de continuar observando
las tendencias defensivas relacionadas con el trauma y estudiar sus efectos
sobre los pensamientos, emociones, sensaciones corporales y movimientos del
paciente. Los inevitables conflictos entre la curiosidad y el miedo o la
frustración se pueden ir resolviendo gradualmente al tiempo que el terapeuta
especializado ayuda a mantener la conexión social, sirviéndose del tono de voz,
la temporización (pacing), la plena conciencia y la
modulación de la activación fisiológica, de manera que el paciente pueda
desarrollar un margen de tolerancia más amplio. Con
cada nueva experiencia de mantener la conexión social (el interés, el contacto) y regular la activación fisiológica
ante la presencia de un aumento de la dificultad y de la estimulación (activation), los pacientes van
desarrollando la confianza en que sus descubrimientos internos arrojarán un
resultado positivo, lo que a su vez les mueve a seguir explorando su paisaje
interior.
A modo
de ilustración: después de varios años de tratamiento fructuoso, Jennifer
entró en el despacho de su terapeuta y sintió que un estímulo no identificado
desencadenaba el subsistema defensivo asociado a la “paralización”. El
cuerpo se le puso rígido, bajó la mirada, cruzó los brazos delante del pecho y
pensaba que su terapeuta iba a hacerle daño. Tratando de mantener el sistema
responsable de la conexión social, su terapeuta (masculino) reconoció
empáticamente la vivencia de la paciente, la tranquilizó y le expresó tanto su
preocupación como su curiosidad respecto de que ella pensara que él podía hacerle
daño. Mientras el sistema defensivo de Jennifer seguía movilizado, el terapeuta
la alentó amablemente a activar su sistema de exploración: le preguntó si
estaría dispuesta a orientarse en dirección a él y advertir lo que sucedía en
su cuerpo. La paciente comenzó lentamente a dirigir su mirada hacia el
terapeuta e inmediatamente dijo sentirse más asustada y paralizada. Casi
simultáneamente observó que era incapaz de sentir ninguna sensación en su
cuerpo. Durante esta exploración, la atención de Jennifer pasó de “tener” la
experiencia a observarla. Su terapeuta manifestó su interés y su sorpresa por
la reacción de la paciente, dado que llevaban años trabajando juntos, pero no
trató de eludir la cuestión, modelando de esta forma la conducta exploratoria de
curiosidad y de interés en lugar del miedo o del enjuiciamiento. El terapeuta
le preguntó a Jennifer si estaría dispuesta a decirle en qué parte de la
habitación podría sentarse él que a ella le pareciera
“bien”, o a qué
distancia respecto de ella a fin de que pudiera sentirse segura. Una vez más,
el terapeuta bajó el ritmo, suscitó la plena conciencia y la curiosidad, alentó
a Jennifer a averiguar más cosas respecto de la organización de su tendencia
defensiva, y estimuló el sistema responsable de la conexión social
solicitándole a la paciente que controlara literalmente la distancia entre
ellos. Jennifer le pidió al terapeuta que se fuera al otro lado de
la habitación, y cuando éste así lo hizo, la paciente advirtió que se
tranquilizaba. A través de la experiencia física de orientarse hacia su
terapeuta y en virtud de controlar el grado de distancia física que ella quería
que hubiese entre los dos, Jennifer aumentó su capacidad de evaluar la realidad
actual: ya no sentía que el terapeuta fuera a hacerle daño. Fue únicamente
entonces cuando la paciente pudo identificar el estímulo desencadenante: el
suéter que llevaba puesto su terapeuta. El violador de Jennifer vestía un
tipo de suéter en particular, similar al que su terapeuta llevaba puesto
aquel día, un estímulo condicionado relacionado con la traumatización
hacia el que la paciente se había orientado y sobre el que había
concentrado toda su atención, desencadenado así su tendencia defensiva.
Cuando
sintió que tenía el control sobre la distancia entre su terapeuta y ella, e
identificó por qué le había asustado tanto el suéter, Jennifer refirió que
podía volver a sentir su cuerpo y por primera vez se dio cuenta de que la
tensión física asociada a la paralización era bastante dolorosa. Guiada por su
terapeuta, exploró la tensión y al hacerlo, su activación fisiológica volvió a
aumentar. La paciente refirió que la tensión y el dolor de la reacción de
paralización se relacionaban con el hecho de sentirse incapaz de moverse a fin
de protegerse, diciendo que el mero hecho de pensar en el trauma del
pasado generaba la paralización. El terapeuta prosiguió ayudándole a
explorar estas sensaciones de paralización, preguntándole si la tensión en el
cuerpo apuntaba en dirección a alguna acción física que le pareciera “bien”. Al
permanecer consciente de sus sensaciones e impulsos corporales, Jennifer
advirtió el impulso físico de querer hacer movimientos circulares amplios
con los brazos, definiendo así lo que ella describía como “este es mi espacio: y tú quédate
fuera”. El terapeuta la alentó a materializar estos movimientos y advertir
de qué forma esta acción física modificaba la organización interna de su
experiencia. Jennifer observó una disminución de la tensión y una
sensación de satisfacción.
A raíz
de esta exploración en el aquí y ahora, la paciente descubrió acciones que
podía hacer y que se adaptaban más a la realidad actual. Comprendió que la
reacción de paralización era su cuerpo comunicándole que necesitaba definir
unos límites personales.
El
hecho de realizar y de practicar estos movimientos circulares le ayudó a
Jennifer a permanecer tranquila y relajada. Cuanto más trabajaba conscientemente
para establecer unos límites personales adecuados, más permanecía la activación
fisiológica dentro de los límites del margen de tolerancia y más fiablemente se
activaba su sistema de conexión social. Este sistema de acción le ayudaba a
desactivar su tendencia habitual a paralizarse ante la percepción de la
amenaza.
Al
igual que otras muchas personas traumatizadas, Jennifer no podía permanecer
dentro de los límites de su margen de tolerancia mientras se orientaba en dirección
a un elemento disociado perteneciente a una experiencia traumática que no había
logrado integrar, en su caso, el suéter. Mientras se concentraba en el suéter,
su capacidad de orientarse en dirección a estímulos y percepciones no traumáticas,
tales como el apoyo de su terapeuta, se veía notablemente dañada. La
paciente no podía ni
ampliar su campo de conciencia con objeto de incluir estímulos no traumáticos,
ni reducir su intensa concentración en lo que le recordaba el incidente traumático.
Otros pacientes evitan fóbicamente lo que les recuerda el trauma; en
estos casos, el hecho de persuadirles para que exploren la opción de “mirar”
directamente al estímulo actual les ayuda a tomar conciencia de la diferencia
entre la realidad pasada y la realidad actual.
Cuando
el subsistema defensivo responsable de la paralización se activó
involuntariamente en la terapia, el terapeuta sacó provecho de la oportunidad
de estudiar en el aquí y ahora la tendencia de acción fija de la paciente e
identificar posibles acciones alternativas. El terapeuta trabajó la
activación simultánea del sistema de conexión social, el sistema defensivo y el
sistema de exploración, utilizando la curiosidad y la conciencia plena para
ayudar a Jennifer a averiguar más cosas
sobre la tendencia
defensiva y sobre lo que podría mitigar la activación fisiológica asociada.
Manteniendo con cuidado la conexión social, facilitó el desplazamiento de la
conciencia de la paciente del estímulo externo a la organización interna de la
experiencia, declarando explícitamente que el locus de control estaba dentro de
Jennifer: la alentó a detener o a cambiar el proceso de atención, como ella
deseara.
Esta
colaboración y el restablecimiento de su locus interno de control generaron la
seguridad que la paciente necesitaba para poder tomar conciencia de su
experiencia en el momento presente y experimentar con otras acciones
diferentes.
Esta
exploración no podría haber tenido lugar sin la colaboración entre la paciente
y el terapeuta. Éste incluyó a Jennifer como colaboradora, como reportera
observadora de sus experiencias internas, y como coautora a la hora de decidir
qué explorar. A continuación, ambos trabajaron juntos, con igual atención y
compromiso, a fin de advertir, rastrear, observar, considerar, traducir y
experimentar con la tendencia de acción responsable de la paralización. Y
finalmente, con
igual cuidado y
colaboración, paciente y terapeuta trabajaron juntos para descubrir otras
acciones más adaptativas. A lo largo de todo este proceso, el terapeuta alentó
a Jennifer a decidir conscientemente, en lugar de acceder pasivamente, sobre la
respuesta que quería dar al terapeuta y a sus sugerencias.
Activar el sistema de acción responsable del juego
La
exploración y el juego están estrechamente relacionados: el juego puede
conducir a nuevos descubrimientos (insights) y aumentar la exploración, y
la exploración puede conducir a la jovialidad (playfulness). Se ha sugerido que la jovialidad
y las actividades lúdicas incrementan la capacidad de afrontar los estresores
ambientales y favorecen el aprendizaje y la creatividad (Siviy, 1998).
También se piensa que la integración de la información se ve fortalecida por
las conductas lúdicas (Beckoff y Byers, 1998).
La
activación del sistema de acción responsable del juego permite cuestionar
útilmente las tendencias impulsadas por la traumatización, y en especial las
defensas asociadas a la inmovilización, los esquemas cognitivos asociados a la
idea de peligro y/o de indignidad, y las reacciones fóbicas a las sensaciones placenteras
y las emociones positivas. El juego suele venir acompañado de “señales lúdicas”
específicas (gestos
y actitudes no verbales tales como el aumento del contacto ocular, de la
expresividad facial y de la proximidad física espontánea, y la intensificación
de la conexión social (Beckoff y Byers, 1998). Ello viene habitualmente
indicado bajo
la forma de sonrisas,
risitas sofocadas, risas abiertas y demás manifestaciones de placer, diversión
y contacto social (Panksepp, 1998). Asociado a la complacencia en el sentido
de la propia identidad (sense
of self, la percepción de sí mismo), y a la sensación de
autonomía y de bienestar, el juego surge de manera espontánea y, se ve inhibido
inmediatamente por la amenaza de un peligro y por el miedo. Por
tanto, la aparición del sistema responsable del juego indicaría una relativa
ausencia de temor y de los subsistemas defensivos.
La
práctica de la psicoterapia debe llevar a los pacientes “de un estado de no ser
capaces de jugar a un estado de poder jugar” (Winnicott, 2005, p. 50). Sin
embargo, los terapeutas pueden tener la impresión de que tienen la obligación
de permanecer concentrados exclusivamente en resolver los síntomas y las
dificultades que presentan los pacientes. En razón de ello, pueden no reconocer
la salud y la vitalidad que podrían salir a la superficie en momentos de
jovialidad, humor y placer dentro de la relación terapéutica. La activación
del sistema de acción responsable del juego contrarresta la con frecuencia ardua
labor del tratamiento de la traumatización e introduce un elemento de humor,
animación y resiliencia en un material que de otro modo sería perturbador,
fomentando con ello una sensación de bienestar general, aunque sólo sea por
unos momentos.
La
jovialidad puede vivirse como una amenaza para la sensación de seguridad.
Winnicott (2005) enfatiza que los psicoterapeutas deben brindar oportunidades
de tener “experiencias informes y de tener impulsos creativos, motrices y
sensoriales, que constituyen la materia prima del juego” (p. 86). Sin embargo, en
el caso de los pacientes que tienen una sensación crónica de peligro inminente,
dicha sensación disminuye su responsividad (receptividad, respuesta) a los sistemas de acción de
la vida cotidiana y aumenta su orientación hacia los sistemas de acción
defensivos. Al igual que sucede con la exploración, para poder
entrar en las “aguas traicioneras” del juego, los pacientes han de tener la
sensación de ser los dueños absolutos de ser ellos los que están al cargo y al
mando de todo lo referente a su participación: de lo contrario no será posible
el juego (Fisher et al., 1991; Levy, 1978). El terapeuta facilita una
colaboración terapéutica meticulosa, de manera
que los pacientes
puedan vivenciar un locus interno de control. La activación de la conducta lúdica,
al igual que la exploración, requiere poder acceder al sistema de conexión
social y a una alianza terapéutica a la manera de una base segura
desde la que los pacientes puedan experimentar con comodidad.
Alentar
el juego en la terapia ayuda a generar estados de placer y emociones positivas
que pueden contribuir a la sanación del paciente (Caldwell, 2003). Incluso
relativamente pronto en el transcurso de su labor conjunta, aparecen pequeños
momentos de triunfo y de jovialidad entre paciente y terapeuta. Éste reconoce
dichos momentos y permite amablemente que se prolonguen. Hacer una pausa con el
paciente en estas ocasiones y disfrutar juntos del momento permite que afloren el
placer, la satisfacción, un aumento del contacto (connectedness) y una mayor jovialidad a la
manera de poderosos aliados en la labor de renunciar a (abandonar, dejar atrás) las antiguas tendencias de
acción relacionadas con el trauma. A través de su capacidad de transmitir
una despreocupación apropiada y de ver el elemento de humor en el marco de la
vida cotidiana, el terapeuta también promueve la jovialidad dentro del contexto
de la terapia.
Señala
Cannon (en prensa): “el terapeuta debe… estar dispuesto de buen grado a
emprender una suerte de juego conjunto que puede generar una alteración del
mundo vital del paciente a través de la experiencia actual, que difiere de la
experiencia del pasado distante y del pasado más reciente del paciente”.
A modo de ilustración, describiremos la
conclusión de una sesión con Cate, cuya hermana fue asesinada cuando la
paciente era una adolescente. Al comienzo de la sesión, el objetivo principal
de la terapeuta era ayudar a Cate a modular su hiperactivación fisiológica, que
se generaba cada vez que hablaba de la experiencia traumática. Sin embargo, después
de mantener la activación fisiológica dentro de los límites del margen de
tolerancia, lo que permitió procesar eficazmente los recuerdos, afloraron
momentos de jovialidad. Mientras la paciente estaba sentada delante de la terapeuta,
ambas advirtieron que las piernas de Cate comenzaban a
movérsele
nerviosamente. La terapeuta juguetonamente reflejó en espejo estos movimientos
de las piernas. La paciente se rió y exclamó en un tono de voz sorprendido y
alegre: “Me hace gracia ¡es como estar bailando!". La terapeuta se adaptó
al tono alegre de Cate y trató de sacarle más partido a la jovialidad moviendo
los brazos y las manos, además de las piernas, en el baile sentados del “me
siento bien” que la paciente imitó divertida. A continuación, la terapeuta
reflejó y exageró
los movimientos de
Cate, alentándola a experimentar con diferentes movimientos y frases musicales (fórmulas rítmicas) del “me siento bien”. La
paciente concluyó la sesión manifestando que había tenido la experiencia
trágica de sentirse “fuera del propio cuerpo” y quería recuperar las cualidades
alegres, vivaces y joviales que había perdido a raíz del asesinato de su
hermana.
Cambiar las tendencias de orientación
En la
psicoterapia sensoriomotriz, a los pacientes traumatizados se les enseña a
tomar conciencia de las tendencias de orientación relacionadas con el trauma y
a redirigir su atención lejos del pasado y en dirección al momento presente.
El hecho de “desplazar repetidamente
la
atención del paciente hacia las diversas cosas que están teniendo lugar fuera
del flujo de la conversación suscita experiencias que son instructivas y
emocionalmente significativas” (Kurtz, 2004, p. 40). Redirigir la orientación y
la atención de la conversación a la experiencia las vivencias en el momento presente (esto
es, de la conciencia externa a la conciencia interna y del pasado al presente) activa la exploración y la
curiosidad, y los pacientes pueden descubrir cosas acerca de ellos mismos
que anteriormente no conocían (Kurtz, 2004).
Cuando
los pacientes están hiperactivados o desbordados emocionalmente, el
estrechamiento voluntario de su campo de conciencia les permite asimilar una
cantidad limitada de información entrante, optimizando de este modo la
posibilidad de que pueda tener lugar la integración.
Por
ejemplo, cuando una paciente comenzó a hablar de su experiencia traumática, su
activación fisiológica aumentó vertiginosamente: el pulso comenzó a
acelerársele, se sentía asustada e inquieta y le costaba pensar. Su terapeuta
le pidió que dejara de hablar y de pensar en el trauma, que inhibiera las
imágenes, los pensamientos y las emociones que estaban aflorando, y en su lugar
se orientara hacia sus sensaciones físicas hasta que su activación
fisiológica volviera a estar dentro del margen de tolerancia. Con la ayuda de
su terapeuta, la paciente se concentró en su cuerpo y describió lo que sentía
en las piernas, la sensación física de angustia en el pecho, y los latidos del
corazón. Estas vivencias físicas fueron remitiendo gradualmente, y sólo
entonces fue alentada a retomar la narrativa. La estrategia de guiar al
paciente para que estreche su campo de conciencia y se oriente en
dirección a una cantidad de información que pueda manejar, se puede
repetir cada vez que un paciente tenga dificultades en procesar el aluvión
de estímulos y de reacciones sin asimilar derivados del trauma del
pasado.
A la
inversa, cuando incluso una pequeña cantidad de conciencia interna amenaza con
desbordar, el campo de la conciencia se puede ampliar a fin de incluir
fenómenos fuera de la conciencia del paciente que podrían demostrar ser
estabilizadores. Por ejemplo, a un paciente que estaba
crónicamente angustiado y preocupado por su pulso rápido y sus
pensamientos confusos se le pidió que ampliara su campo de conciencia en
base a prestar atención a los movimientos que tenían lugar en sus
piernas. De niño, su padre le daba grandes palizas y los intentos de
huir no habían hecho sino enfurecer más a su padre. Ulteriormente, abandonó
la defensa de la huida. En esta sesión, el paciente comenzó lentamente a
tomar conciencia de la posibilidad física de correr y huir cuando se
orientó hacia el movimiento de sus piernas.Cuando prestó atención al impulso de
correr, que había “perdido” en medio de la sensación crónica de angustia
y de inmovilidad que asociaba con el pulso acelerado, advirtió un
descenso del pulso en dirección a un ritmo más pausado, más uniforme, lo
que le ayudó a sentirse más presente en el aquí y ahora.
La
redirección de la orientación y la atención puede ser tan sencilla como pedirles
a los pacientes que tomen conciencia de una sensación de “bienestar” o de
“seguridad” en el cuerpo, en lugar de concentrarse en el dolor físico o en la
aceleración del pulso. O también el terapeuta puede pedirles a los pacientes
que prueben a apartar la atención de la activación traumática a nivel corporal
y la dirijan hacia pensamientos o imágenes relacionados con sus experiencias
positivas y sus puntos fuertes como, por ejemplo, el éxito en su trabajo. Este
cambio suele ser difícil para los pacientes que están habituados a
sentirse compelidos a volver repetitivamente a los recuerdos somáticos
más negativos de sus vivencias traumáticas. Sin embargo, si el terapeuta
les guía para que practiquen el sumergirse profundamente en una
experiencia somática positiva (i.e., advertir los cambios en la postura,
la respiración y el tono muscular que acontecen cuando recuerdan sus
puntos fuertes), los pacientes ganarán la capacidad de reorientarse en
dirección a sus habilidades. Sentirán que tienen la capacidad de elegir
a qué quieren prestar atención y descubrirán que realmente es posible oponer
resistencia a las exigencias somáticas del pasado. Por ejemplo, si
una paciente asocia la sensación de competencia con sacar pecho y enderezar
la columna, el orientarse en dirección a esta vivencia sensoriomotriz puede
contribuir a contrarrestar las asociaciones negativas que tenía en relación con
su cuerpo, ayudándole a ganar un sentido más definido y convincente de
la propia competencia.
Esta
reorientación no es un intento de evitar ni de minimizar el dolor y el
sufrimiento constante de los pacientes. Antes bien, ofrece un medio de
ayudarles a observar de primera mano cómo sus tendencias de orientación
crónicas en dirección a los recuerdos del pasado reproducen la sensación de peligro
y de impotencia relacionadas con el trauma, mientras que el elegir orientarse
hacia una sensación de bienestar puede generar una sensación de seguridad y de
dominio. A medida
que los pacientes se
vuelven capaces de redirigir la atención, con frecuencia los nuevos objetos de
la orientación se vuelven más definidos y más vívidos (Perls, Hefferline y
Goodman, 1951). En lugar de dirigir la atención una y otra vez al dolor
físico y la activación traumática, la sensación de bienestar se vuelve más prominente
en la conciencia del paciente. Este ejercicio de reorientación hacia un
estímulo positivo puede sorprender y convencer a los pacientes de que no están prisioneros
indefinidamente en un mundo interno de reviviscencias traumáticas crónicas, y
que tienen más posibilidades y más control del que se habían imaginado.
Estos ejercicios de reorientación han de practicarse una y otra vez para poder
dominarlos.
A la
inversa, hacer que los pacientes se orienten en dirección al mismo estímulo al
que se han quedado fijados, les ayuda a prestar atención consciente y
directamente a los recuerdos del trauma del pasado. Esto les brinda la
oportunidad de que las reacciones al estímulo relacionado con el trauma pasen
de ser involuntarias y reflejas a forma parte de la conciencia y la asimilación
reflexivas. Con ello, la sensación de control y eficacia por parte del
paciente suele verse
reforzada, mientras que
la mera orientación hacia estímulos nuevos, neutros o incluso placenteros puede
que no lo logre (Ford, comunicación personal, 12 de agosto de 2005). Por
ejemplo, Jason, que se había quedado traumatizado a raíz de un accidente de
coche, evitaba conducir porque sentía miedo cada vez que se ponía al volante. En
terapia, aprendió a orientarse directamente hacia el estímulo relacionado con
el trauma: conducir por la carretera. Su terapeuta le pidió que se
concentrara simultáneamente en sus sensaciones corporales actuales. Finalmente,
a medida que Jason practicaba el imaginarse conduciendo al tiempo que prestando
atención a las sensaciones corporales, el miedo disminuyó. Entonces practicó el
orientarse en dirección a sus sensaciones corporales cuando condecía de verdad,
hasta que finalmente sintió una sensación de confianza y de destreza
incluso estando al volante de su coche.
Perls et
al. observaron que cuando la atención se dirige a un objeto en este caso,
las sensaciones corporales éste “se ilumina en su condición de figura y el
fondo se oscurece; el objeto se vuelve simultáneamente más unitario, pero
también más detallado. Mientras se advierten cada vez más detalles y se
analizan uno por uno, al mismo tiempo éstos se organizan -integran- más en torno a sus relaciones
recíprocas” (1951, p. 63). Al redirigir la respuesta de orientación, el
estímulo como, por ejemplo, conducir por la carretera deja de suscitar la reacción
condicionada de miedo. Afloran una reacción diferente y un nuevo
significado otorgado al estímulo: en este caso, una sensación de capacidad y de
confianza dentro del marco de una situación anteriormente traumática.
La transferencia y la contratransferencia somática
La
labor de la psicoterapia sensoriomotriz, al igual que de todas las psicoterapias,
se ve tanto facilitada como dificultada por la relación transferencial que se
establece entre el terapeuta y el paciente (Pearlman y Saakvitne, 1995). El
comprender la complejidad de estas poderosas fuerzas cuando se aplican las
estrategias somáticas es tan necesario como en cualquier otra intervención
terapéutica. A medida que se establece una conexión con el terapeuta, la
relación terapéutica le ofrece al paciente la oportunidad de vivenciar un apego
seguro en el aquí y ahora, pero también saca a relucir unas tendencias
transferenciales asociadas a las relaciones de apego procedentes del pasado
(Sable, 2000). Determinadas por la experiencia de la traumatización y la
traición interpersonal, las relaciones transferenciales postraumáticas pueden
ser excepcionalmente intensas y volátiles. En respuesta al terapeuta, los
pacientes sienten miedo, rabia, desconfianza y suspicacia, además de esperanza,
vulnerabilidad y añoranza, y se muestran agudamente receptivos a las señales
sutiles de desinterés o de interés, de compasión o de enjuiciamiento, de
abandono o de constancia (Herman, 1992; Pearlman y Saakvitne, 1995).
Un
ejemplo de transferencia difícil que se pudo abordar tuvo lugar cuando una
paciente traumatizada que estaba en terapia de pareja comenzó a sentir que su
terapeuta y su padre eran similares. Su padre la había maltratado y
desatendido, y con frecuencia la comparaba con su hermana, a la que prefería y
trataba bien. La paciente sentía una mezcla de miedo, rabia y frustración, y
afirmaba que el terapeuta la estaba rebajando y aliándose con su marido.
Llegados a este punto, el terapeuta tomó sus declaraciones en sentido literal y
primeramente exploró todas las formas mediante las cuales la paciente se había
podido sentir ofendida durante la sesión. Después de una exploración
concienzuda, el terapeuta comprendió la acusación de la paciente y concedió que
había dicho algunas cosas que se podía interpretar que estaban sesgadas.
Después de esta declaración, que validaba y de algún modo satisfacía los
sentimientos de la paciente, el terapeuta añadió:
“En el
tratamiento del trauma, cuando afloran las emociones o cuando nos sentimos
alterados dentro de una relación, también puede ser útil explorar la
posibilidad de que nuestras antiguas relaciones puedan estar reproduciéndose
nuevamente dentro del marco de la dinámica de la relación actual. Pasemos a
explorar los estados corporales específicos que se han visto suscitados en tu
caso y mantengámonos abiertos a la posibilidad de que estos estados puedan
tener varios estratos. Puede que descubramos que las sensaciones y reacciones corporales
suscitadas por la dinámica actual que se está dando aquí en esta habitación
entre tu marido, tú y yo, se relacionan igualmente con el maltrato que sufriste
en tu casa y que te incluyó a tus padres y a ti”. Con esto, el terapeuta hizo
que la paciente considerase y revisara
la vivencia somática
que acompañaba a la dinámica existente entre los tres, y que habían estado
explorando sólo cognitivamente. El terapeuta le pidió a la paciente que
prestara atención a su cuerpo cuando tomaba conciencia de la presencia, a su
derecha, de su marido (por el que se sentía excluida y minusvalorada) y del
terapeuta (que le había “dado la impresión” de que sentía preferencia por su
marido). La paciente sintió aflorar su estado corporal como una mezcla de
tensión, aumento de la activación fisiológica y una sensación de “sentirse perdida”,
todo ello combinado con miedo y ansiedad. La paciente reconoció que estaba
volviendo a sentirse fracasada como antaño en relación con el maltrato y el
abandono emocional de su padre, que tenía idealizada y prefería a su hermana.
Con la ayuda de este descubrimiento (insight), el terapeuta ayudó a la
paciente a diferenciarle más claramente de su padre ofensivo con la ayuda de
una almohada que representaba a su padre. En la exploración subsiguiente, la
paciente fue alentada a coger una cuerda y colocarla formando un círculo alrededor
de ella con objeto de señalar sus límites, y a continuación escribir tres notas
distintas en tres hojas de papel, una dirigida a su padre, otra dirigida a su
terapeuta y otra dirigida a su marido. La paciente escribió en un papel: “No te
acerques” y “Entra en mi espacio solamente con mi permiso”, colocándolo delante
de su padre (la almohada). La paciente escribió en otro papel: “Escucha también
mi versión” y lo colocó delante de su terapeuta. En el papel dirigido a su marido
escribió: “Por favor, tómate en serio lo que siento”. A través de esta
exploración la paciente se aclaró respecto de qué elemento de su pasado se
había visto estimulado, y también respecto de qué necesidades específicas tenía
ella en relación con cada una de las personas implicadas tanto en su pasado
como en la situación actual.
(C: en las
terapias de pareja inicialmente conocer tipo de apego y posibles esquemas)
El
término transferencia alude al fenómeno de la asociación y la
predicción inconscientes: las características más sobresalientes del terapeuta
o de la relación terapéutica evocan redes asociativas cognitivas, emocionales y
sensoriomotrices vinculadas a relaciones históricas emocionalmente
significativas. El tratamiento se ve afectado por las reacciones
transferenciales negativas que se pueden manifestar bajo la forma de hiperactivación
o hipoactivación autónoma, tensión física excesiva, rebeldía, suspicacia,
rabia, miedo, sumisión y evitación. El tratamiento se ve afectado
igualmente por las manifestaciones positivas de la transferencia, tales como
los sentimientos de idealización, la búsqueda de proximidad excesiva con el
terapeuta, confianza ciega y conformidad sumisa. Los conflictos infantiles
no resueltos del paciente en diferentes fases del desarrollo afectan a la
transferencia de diferentes formas: problemas muy antiguos relacionados con la
desatención grave pueden derivar en una reacción transferencial positiva que incluye
la visión del terapeuta como una figura nutricia; problemas
adolescentes pueden
evocar un “encaprichamiento” (crush, un
enamoramiento adolescente transitorio) hacia
el terapeuta (Hunter y Struve,1998), que se manifiesta bajo la forma de
conductas de cortejo y galanteo (coquetería)
características
del sistema de acción de la sexualidad
Además,
la experiencia del trauma interpersonal deja como legado transferencial tanto
el deseo de salvación como la convicción de la traición (Davies y Frawley,
1994; Herman, 1992). El paciente puede vivir al terapeuta como el agresor o el
salvador, o reaccionar a la neutralidad del terapeuta como si el terapeuta
fuera un espectador indiferente.
Estas
reacciones deben tratarse como síntomas de experiencias de desatención grave
y/o traumatización y tomarse en serio (Maldonado y Spiegel, 2002; Spiegel,
2003).
De
forma característica, el lenguaje corporal del paciente suele transmitir estas
cuestiones conflictivas mucho antes de que el paciente pueda expresar (verbalizar) los pensamientos o los
sentimientos no formulados ni diferenciados (Krueger, 2002). Las tendencias a
nivel de movimientos, tensión o gestos suelen ser los primeros indicadores de
los fenómenos transferenciales. El deseo de ser salvado, por ejemplo, puede
manifestarse bajo la forma de una organización (disposición)
somática infantil: la cabeza ladeada, la orientación hacia abajo en una actitud
de indefensión, o mirando hacia “arriba” (alzando
la vista) al terapeuta con idealización.
El
terapeuta rastrea los signos, a menudo sutiles, de los subsistemas defensivos
indicativos de la transferencia:
·
sumisión (bajar la vista, aquiescencia y
conformidad, flacidez en la musculatura),
·
paralización (tensión general, inmovilidad),
·
huida (echarse hacia atrás) o
·
ataque (tensar los brazos y los hombros).
A
medida que progresa el tratamiento, los esfuerzos del paciente por rastrear,
comprender, identificar y expresar las emociones suelen derivar en la
manifestación de estados afectivos de temor, vulnerabilidad, inseguridad o rabia
hacia el terapeuta, lo que refleja la convicción interna del paciente de que la
vivencia emocional está asociada a la amenaza.
Habría
que analizar tanto las tendencias somáticas como la dinámica relacional
implicadas, ayudando al paciente a diferenciar la relación terapéutica actual
de las relaciones pasadas, a fin de prevenir la reescenificación traumática
patológica y la transferencia traumática inabordable. Por ejemplo, la rabia y
la desconfianza hacia el terapeuta pueden indicar la activación de reacciones
defensivas movilizadoras activas, perdidas o truncadas, que a continuación se
pueden trabajar somáticamente, en lugar de interpretarse como mera
transferencia hacia el terapeuta. Al mismo tiempo que observa estos fenómenos,
el terapeuta debería evitar minimizar la fuerza de los sentimientos del
paciente hacia él, lo que también requiere atención.
Los
problemas evolutivos no resueltos también se ven estimulados de forma natural e
inconsciente dentro del contexto de la transferencia. Con
frecuencia, “las transferencias de la propia identidad corporal temprana corresponden
a los recuerdos somáticos y sensoriales ya sea del contacto físico con la
madre, o de la necesidad de contacto sensorial y la receptividad que estuvieron
ausentes. Estas vivencias sensoriales y somáticas incipientes relacionadas
con las primeras experiencias de apego… se activan bajo la forma de la
vivencia transferencial del paciente, además de la memoria procedimental
respecto de lo que sucedió o no sucedió originalmente” (Krueger, 2002,
p.181). Esta dinámica se puede manifestar a través de actitudes infantiles, ilusiones
de ser cogido en brazos (held,
abrazado) o ansias de intimidad (closeness,
contacto físico),
tales como “fantasías y sensaciones de poder acceder al cuerpo del terapeuta y de entremezclar los cuerpos
de una forma sensual, no sexual en esencia, a veces bajo la forma de la
exigencia de una respuesta física por parte del terapeuta” (Krueger, 2002, pp.
181-182).
En
consonancia con la mayoría de los enfoques, el psicoterapeuta sensoriomotriz
trata de hacer consciente la transferencia inconsciente.El tratamiento se
concentra tanto en trabajar la transferencia dentro del contexto de la
relación, como en explorar y clarificar las tendencias cognitivas, emocionales
y somáticas en el aquí y ahora asociadas a la transferencia. El tratamiento
permite explorar los fenómenos transferenciales sin suscitar injustificadamente
la activación fisiológica autónoma ni alterar indebidamente la relación
terapéutica.
Se
fomenta la capacidad del paciente para la madurez, la autonomía y el locus
interno de control, al tiempo que permitiendo simultáneamente el desarrollo de
una dependencia apropiada hacia el terapeuta (Steele et al., 2001).
Esencial
para dilucidar las cuestiones transferenciales es que el terapeuta observe las
reacciones somáticas y emocionales del paciente ante cualquier intervención
terapéutica o acción física por parte del terapeuta; en respuesta a tales
reacciones, el terapeuta sopesa posibles significados e interviene en
consecuencia. Por ejemplo, cuando la terapeuta se inclinó hacia adelante en la silla,
el paciente, Jim, retro cedió físicamente (se
echó para atrás). A continuación, se procedió a verbalizar y analizar esta
dinámica: ¿Y si la terapeuta ajustara la proximidad retrocediendo ligeramente?
(El paciente se tranquilizaba y respiraba hondo). ¿Y si la terapeuta volviera a
inclinarse hacia adelante? (Jim volvía a echarse hacia atrás, su cuerpo se
ponía rígido y su respiración se volvía más superficial). Sintiendo curiosidad
por la forma en que el paciente estaba interpretando inconscientemente su
acción -el “mensaje” comunicado a Jim
cada vez que ella se inclinaba hacia adelante- la terapeuta repitió lentamente
la acción y le pidió al paciente que advirtiera qué era lo que le transmitía a
nivel no verbal esta acción y que hacía que se echara para atrás. La terapeuta
dijo: “¿Cómo traducirías este movimiento en palabras? Si mi gesto de inclinarme
hacia adelante pudiera hablar, ¿qué diría?”. Jim contestó inmediatamente:
“El hecho de inclinarse
hacia adelante significa que usted quiere algo de mí”. Esta exploración sacó a
la luz la transferencia del paciente: su madre había abusado sexualmente de él
a lo largo de toda su niñez, y la creencia de Jim era que la terapeuta, al
igual que su madre, también podría querer algo de él. A continuación, paciente y
terapeuta prosiguieron analizando esta cuestión, trabajando la forma en que su
cuerpo acogía esta reacción, y procesando los recuerdos y las emociones
que iban aflorando. A
medida que Jim fue pudiendo separar el pasado del presente, también pudo
permanecer relajado cuando la terapeuta se inclinaba hacia adelante. De este
modo, dentro del marco de un enfoque somático, el rastrear e identificar el
significado de la comunicación somática que tiene lugar “cuerpo a cuerpo” es
esencial de cara a desvelar y trabajar la dinámica transferencial.
Las reacciones
contratransferenciales suelen considerarse como un valioso instrumento
para el terapeuta de cara a comprender al paciente. “No es posible ni tampoco
preferible erradicar las reacciones personales hacia un paciente. Nadie puede
ser de ayuda para un paciente respecto del cual no siente ninguna emoción en
absoluto, y la represión de tales emociones únicamente sirve para generar
puntos ciegos” (Kudler, Blank y Krupnick, 2001, p. 179). Escuchar el dolor, la rabia,
el miedo de un paciente puede suscitar ya no sólo empatía sino también
vivencias similares de sufrimiento en el terapeuta, y puede activar los
problemas traumáticos no resueltos del propio terapeuta (Figley, 1995).De no
ser analizadas, estas reacciones pueden afectar al tratamiento y enturbiarlo,
conduciendo a distorsiones o interrupciones de la terapia. Por ejemplo, si el
hecho de que la terapeuta se inclinara hacia adelante fuera un intento
inconsciente de “maternizar” la relación con Jim, esta acción física sería un
reflejo de la contratransferencia y requeriría un reconocimiento y una
consideración concienzuda por parte de la terapeuta. De no ser analizada, sin
lugar a dudas tendría un efecto adverso sobre la terapia. Se recomienda
encarecidamente que los terapeutas permanezcan atentos a sus propias reacciones
somáticas que podrían indicar posibles tendencias contratransferenciales, las
cuales se pueden manifestar bajo la forma de “cambios asociados a estados de
somnolencia, activación (excitación,
emoción), inquietud, aburrimiento, o deseos de coger en brazos, sacudir estrechar
efusivamente, acunar, y demás acciones dirigidas hacia el paciente” (Krueger,
2002, p. 186).
La
contratransferencia somática es particularmente complicada cuando los terapeutas
se suman a sus pacientes, o se “acoplan” a ellos, se ponen al mismo nivel,
imitando inconscientemente su postura física y sus movimientos. Si el reflejo
especular se lleva a cabo sin un conocimiento consciente, el terapeuta puede
“asumir” (take
on,
en el sentido de hacer suya, apropiarse de) la
tensión, la activación fisiológica, los movimientos y la postura del paciente
sin darse cuenta, lo que a su vez afecta a los niveles cognitivo y emocional de
procesamiento.
Por
otro lado, el reflejo deliberado le puede brindar al terapeuta una valiosa
información acerca de las tendencias físicas del paciente y ayudarle al
paciente a sentir una buena relación (rapport) empática con el terapeuta.
La
transferencia y la contratransferencia entre Peter y su terapeuta ilustran cómo
trabajar a nivel somático esta compleja dinámica. Peter, un joven que se
describió como una persona “genéticamente predispuesta al fracaso” vino a
tratamiento después de volver a perder a otra novia a la que se sentía
profundamente apegado. A pesar de sus remordimientos y de su autodesprecio
después de la ruptura, Peter seguía creyendo que la quería. Deseaba
apasionadamente que ella no le hubiese dejado y persistía en tratar de hacer
que volviera con él. Peter era un hijo único al que con frecuencia habían
dejado a su aire (abandonado
a sus propias fuerzas). Sus
primeros recuerdos de su entorno doméstico eran los de una madre deprimida a la
que ingresaron en el hospital psiquiátrico en varias ocasiones por lo que
parecían ser los rasgos psicóticos de una enfermedad depresiva crónica. Su
padre era un hombre muy activo que siempre estaba trabajando. La psicoterapia
tradicional no había tenido éxito y Peter inició la psicoterapia sensoriomotriz
con escepticismo. Pero cuando conoció a su joven terapeuta femenino se sintió
más esperanzado, teniendo repentinamente la sensación de que las cosas podrían
ir mejor de lo que se había imaginado. Poco después de iniciar el tratamiento,
afloraron una serie de problemas transferenciales y contratransferenciales importantes.
La
terapeuta comprobó que le disgustaba la conducta de Peter y que, por extensión,
tenía una opinión desfavorable de él y se ponía tensa ante su presencia. Pero
la disposición de Peter a trabajar y de hecho su desesperación al comienzo de
la terapia la movió a querer ayudarle terapéuticamente. La terapeuta buscó
supervisión intentando comprender la fuerza de su reacción ante el paciente y
analizó algunas cuestiones de su pasado que podrían estar contribuyendo al desarrollo
de su contratransferencia. Descubrió que su tendencia a tensar el cuerpo y
alejarse físicamente de Peter era idéntica a una característica que había
desarrollado de niña en respuesta a su propia madre necesitada, que esperaba
que su hija cuidara de ella. Estos descubrimientos le dieron la información que
necesitaba para comprender su contratransferencia en lugar de entregarse
ciegamente a su reacción. Cuando el paciente vino a su sesión de terapia, la
terapeuta se recordó a sí misma que su madre y Peter no eran la misma persona y
conscientemente se refrenó de las acciones físicas de tensarse y retraerse; en
su lugar, respiró profundamente y se inclinó ligeramente hacia adelante,
relajando su cuerpo.
A
medida que la terapia fue progresando, se desarrollaron sentimientos transferenciales
positivos en Peter. Se hicieron evidentes sentimientos de amor, emoción y deseo
sexual, y su terapeuta advirtió el aumento de la conducta de galanteo en la
postura corporal abierta, los brazos estirados a lo largo del sofá, la cabeza inclinada
hacia un lado, manteniendo el contacto ocular más tiempo del habitual, y demás conductas
seductoras. La terapeuta, con tacto, llevó estas conductas a la conciencia del
paciente, y éste reconoció su atracción hacia ella.
Dentro
del marco de una buena alianza terapéutica donde la seguridad, los límites
claros y el apoyo eran preponderantes, los sentimientos de Peter fueron
validados y aceptados como algo positivo, al tiempo que la terapeuta establecía
unos límites profesionales claros y le recordaba/garantizaba que sus
sentimientos no se verían materializados (acted upon) (Davies y Frawley, 1994).
En
lugar de ofrecer interpretaciones terapéuticas tradicionales de las reacciones
transferenciales de Peter, la terapeuta le preguntó si estaría dispuesto a
explorar su actitud física. El paciente se mostró de acuerdo, y la terapeuta le
pidió que tomara conciencia de la postura corporal abierta y de la inclinación
de la cabeza, tratando de advertir conscientemente qué sucedía dentro de él.
Cuando así lo hizo, Peter se sintió triste, hablando del recuerdo de la
ausencia de su padre y de su deseo (del paciente) de niño de estar junto a su
madre y de ayudar a su madre, a la que adoraba. Se acordaba de tratar de
animarla llevándole regalos y entreteniéndola, tratando de ocupar el lugar de
su padre. Su conducta de galanteo en una situación en la que su amor y su ayuda
no fueron correspondidos era similar dentro de las sesiones de terapia al
recuerdo de su niñez. Peter se dio cuenta espontáneamente de que la atracción
hacia su terapeuta era una reminiscencia de la relación con su madre. Esta
conciencia marcó un punto de partida con vistas a explorar sus sentimientos
infantiles de futilidad durante la niñez, que todavía le estaban afectando
hasta el día de hoy y se veían reflejados en sus tendencias somáticas y su
persistencia en las relaciones insatisfactorias y sin porvenir (dead-end, sin
salida).
La
contratransferencia del terapeuta habitualmente suele estar interrelacionada (interactuar, combinarse complementariamente) con la transferencia del
paciente. Si aparece una transferencia negativa, el terapeuta puede sentirse
inmovilizado por el miedo al enfado o al conflicto. La transferencia positiva
puede desencadenar la necesidad por parte del terapeuta de demostrar
competencia, omnisciencia o capacidad de salvar al paciente. Las
“escenificaciones” (enactments) de la dinámica
transferencial/contratransferencial pueden brindar la oportunidad de que el
paciente y el terapeuta emprendan una relación auténtica en la que se puedan abordar
las dificultades interpersonales; dicha oportunidad favorecería un mayor grado
de curación en el paciente a medida que se fueran resolviendo estas cuestiones
(Stark, 1999). Pero las reacciones tanto transferenciales como contratransferenciales
suelen ocurrir al margen de la conciencia. Si la contratransferencia y sus
tendencias somáticas evolucionan sin ser reconocidas, el terapeuta corre el
riesgo de actuar dichas tendencias. Es de la responsabilidad del terapeuta
ocuparse de la contratransferencia a través del autoconocimiento y la
supervisión, de manera que pueda ser una ventaja en lugar de un lastre en la
terapia. Las reacciones transferenciales también son esperables y deseables;
las tendencias de acción físicas y mentales que las acompañan ofrecen la
oportunidad de una mayor conciencia respecto de esta dinámica, además de una
experiencia correctora, emocional y evolutiva, para el paciente.
La capacidad de integración y el cuerpo
En
lugar de definir la traumatización en términos de la magnitud del acontecimiento
precipitante, Janet la define como un defecto en la capacidad de integración (1889).
Sin la adecuada capacidad de integración, los pacientes no pueden mantener una
activación fisiológica regulada, resolver sus recuerdos o llevar unas vidas provechosas
y satisfactorias. En razón de ello, el objetivo primordial del tratamiento consiste
en ampliar la capacidad de integración del paciente. Las posturas, los
movimientos y los gestos pueden servir ya sea para reforzar o para menoscabar
la capacidad de integración.
La capacidad de
integración requiere diferenciar y vincular los distintos
componentes de la experiencia interna y de los hechos externos con objeto de
poder crear asociaciones significativas entre ellos (Van der Hart et al.,
2006). A medida que nos volvemos conscientes de la experiencia interna y
la relacionamos con los datos (estímulos) sensoriales externos,
iniciamos el proceso de dotar de sentido al entorno y hacerlo nuestro (desentrañar la relación o la
correspondencia que
guarda con nosotros). Si nuestras interpretaciones
y explicaciones son relativamente exactas, objetivas, ello se traducirá en unas
acciones adaptativas. Esta exactitud, objetividad,
requiere la capacidad de reconocer nuestra experiencia interna: nuestros
pensamientos, emociones, imágenes internas, sensaciones corporales y movimientos.
En la psicoterapia sensoriomotriz prestamos una gran atención al desarrollo de
esta capacidad.
Janet
(1903) denomina “personificación” a la capacidad de diferenciar la
propia experiencia (sensaciones corporales, movimientos, pensamientos y
emociones) de la
experiencia de los demás. De forma similar, Schnarch (1991)
denomina “diferenciación” a la capacidad de distinguir la
propia experiencia interna de la experiencia interna de los demás. Esta
capacidad facilita el mantenimiento de un locus interno de control sobre
nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestros pensamientos.
En
terapia, la organización corporal se utiliza para alentar la capacidad de
personificación y diferenciación. Por ejemplo, Bill se casó con una mujer que
se deprimía periódicamente. Cuando su mujer tenía un episodio depresivo, el
cuerpo de Bill se encorvaba, su respiración se volvía superficial, y andaba
despacio y con dificultad. Sin darse cuenta, imitaba las tendencias físicas de
su mujer, y en consecuencia también se sentía deprimido. Su capacidad de
integración se veía disminuida por su dificultad en diferenciar su postura y
sus movimientos de los de su mujer. A medida que aprendió a tomar conciencia de
esta tendencia y volver a su “propia” organización física asociada a la columna
enderezada y la respiración más profunda, mejoró su capacidad de integración
junto con la capacidad de responder adaptativamente dentro del marco de su
relación matrimonial.
Además de la capacidad
de diferenciación, una adecuada capacidad de integración requiere:
1) separar
la realidad actual, interna y externa, de las experiencias del pasado y
2) predecir
correctamente el efecto de la experiencia interna y de los hechos externos
sobre el futuro (Janet, 1928; Van der Hart y Steele, 1997). Por ejemplo, la
paciente que tiene
síntomas de pánico cuando suben hombres en un ascensor junto con ella, debe
aprender a discriminar su experiencia interna (aceleración del pulso,
respiración entrecortada, sensación de miedo) de la realidad externa actual
(estos hombres son sus compañeros de trabajo, apreciados y bien conocidos por
ella; hay otras
personas en el ascensor; ella puede quejarse si alguien se le acerca de manera
importuna).
Janet (1928) denomina “presentificación”
a esta capacidad, definiéndola como la capacidad de ser consciente del momento
presente, al tiempo que advirtiendo su relación con el pasado y sus posibles
implicaciones o consecuencias para el futuro. La presentificación facilita una
sensación de continuidad a lo largo del tiempo y contribuye al desarrollo de un
sentido estable de la propia identidad (Van der Hart et al., 2006). La
capacidad de estar presente en el aquí y ahora incluye ser consciente de qué
posturas y movimientos son apropiados dentro del contexto actual y cuáles
reflejan unas tendencias somáticas desadaptativas programadas (determinadas) por el pasado. Por ejemplo,
cuando un compañero de trabajo le hizo a Megan algunas observaciones negativas
de manera constructiva, la paciente se
encogió instintivamente
sin darse cuenta de que esta conducta era producto de los abusos que había
sufrido durante su niñez. Megan dijo haber interpretado el incidente como un
ataque agresivo, aunque sabía intelectualmente que este no era el caso. Su
capacidad de integración se vio socavada dado que su actitud corporal encogida
hacía que fuera incapaz de interpretar ni de reaccionar adecuadamente al
momento presente, por mucho que se “dijera” a sí misma que no corría ningún
peligro. Para poder
superar esta mezcla distorsionada y subjetiva entre el pasado y el presente,
Megan tenía que aprender a desplazar su orientación del estímulo relacionado
con el trauma (que le hicieran observaciones correctivas) y dirigirla en
dirección a su experiencia sensoriomotriz,y en lugar de encogerse y
avergonzarse, practicar literalmente el “mantenerse derecha” ante las críticas.
La
capacidad de integración requiere, pues, la síntesis de los distintos componentes
en los tres niveles de procesamiento de la información, las cogniciones, las
emociones, las percepciones sensoriales, las sensaciones y los movimientos
corporales, y el sentido de la propia identidad (Steele et al., en
prensa). En el caso de Megan, sus movimientos y sensaciones corporales y sus
cogniciones no eran congruentes.
Aunque
“sabía” que no corría ningún peligro, su cuerpo le decía que sí. Si los hábitos
sensoriomotrices están firmemente arraigados, puede que las interpretaciones
cognitivas objetivas no ejerzan demasiada influencia a la hora de modificar la
organización corporal y las reacciones asociadas a la activación fisiológica.
En lugar de ello, puede que las personas traumatizadas vivan más la realidad
del cuerpo que la realidad de la mente. Para lograr la máxima eficacia, la
psicoterapia sensoriomotriz trabaja a nivel tanto cognitivo como
sensoriomotriz.
En el
caso de Megan, un enfoque puramente cognitivo podría alentar algún cambio en su
capacidad de integración, pero el cambio sería únicamente momentáneo y
transitorio, si la reacción de encogerse se reactivara cada vez que le hicieran
alguna observación correctiva en el trabajo. Su actitud de encogerse también
tendría un efecto negativo sobre la imagen de sí misma y su capacidad de
percibir objetivamente las diferencias de poder en las relaciones actuales como
algo distinto de las diferencias de poder que se dieron en las relaciones traumáticas
del pasado. Pero si le animan a acordarse de “mantenerse derecha” ante las
críticas, su cuerpo y sus pensamientos serán congruentes entre sí (mutuamente) y con respecto a la realidad
actual.
El
resultado final de la terapia se traduce en un nivel más elevado de capacidad
de integración: la “consciencia” -realization, en
el sentido de tomar conciencia, darse cuenta, comprender claramente- (Janet,1935b; Van der Hart,
Steele, Boon y Brown, 1993). Las dos acciones solapadas de la
presentificación y la personificación estarían incluidas en la consciencia.
Cuando los pacientes logran tomar conciencia, aceptan que el trauma es algo que
les ocurrió a ellos en el pasado; esta perspectiva les permite responder
adaptativamente a las dificultades de la vida actual (Van der Hart et al.,
2006). Según la mayoría de los autores, la consciencia requiere expresar con
palabras la experiencia traumática (Van der Hart et al., 1993). Pero cuando
la persona no recuerda lo que sucedió, la consciencia se refleja en un cuerpo
que deja de estar dominado por los subsistemas defensivos asociados al ataque,
la huida, la paralización o la sumisión. En su lugar, la persona desarrolla otras
tendencias físicas apropiadas a la realidad actual. La consciencia incluye la
reorganización de las viejas tendencias y el desarrollo de nuevas acciones
cognitivas, emocionales y físicas que respalden (refuercen) unas acciones más adaptativas
ante la activación de los distintos sistemas de acción (Janet, 1898).
El tratamiento por fases
El
modelo de tratamiento por fases fue formulado por primera vez por Janet en el
año 1898 y aparece sistemáticamente recomendado en diversas directrices sobre
el tratamiento de la traumatización (Brown y From, 1986; Brown, Scheflin y
Hammond, 1998; Cardeña, Van der Hart y Spiegel, 2000; Chu, 2005; Cloitre et
al., 2002; Courtois, 1988, 1991; Herman, 1992; Nacional Collaborating
Centre for Mental Health,2005; Steele et al., 2005; Van der Kolk,
McFarlane et al., 1996). La psicoterapia
sensoriomotriz se
adhiere a las directrices del tratamiento por fases, y las intervenciones se
evalúan en términos de los objetivos terapéuticos de cada una de las fases. Este
modelo de tratamiento tiene tres fases, cada una de ellas con sus
correspondientes objetivos, sus intervenciones o estrategias, y sus requisitos
respecto del desarrollo de determinadas habilidades. Según la descripción
original de Janet (1898):
·
la primera fase estaría consagrada a la
reducción de síntomas y la estabilización,
·
la segunda fase al tratamiento de los recuerdos
traumáticos, y
·
la tercera fase a la integración de la
personalidad y a la rehabilitación.
Si bien las tres fases
se formulan secuencialmente, en su aplicación clínica tienden a evolucionar en
espiral. Por ejemplo, los pacientes que se han estabilizado en la fase 1 del
tratamiento suelen desestabilizarse durante la difícil tarea de abordar los
recuerdos traumáticos en la fase 2, necesitando volver a las intervenciones de
la fase 1.
La traumatización
deja tras de sí unas tendencias de acción que fueron adaptativas dentro del contexto
original:
·
una activación fisiológica autónoma profundamente desregulada,
·
un estilo somático de tensión y derrumbe (hundimiento),
·
una tolerancia limitada a los afectos, y
·
multitud de recuerdos no verbales con
frecuencia subjetivamente desconectados de los hechos que los generaron.
En la fase inicial
del tratamiento, la concentración en reducir los síntomas y
lograr la estabilización requiere prestar atención a los remanentes
traumáticos sensoriomotrices, afectivos y cognitivos desregulados con el
objetivo de estabilizar al paciente. Si bien el paciente y/o el terapeuta
pueden querer, estar deseosos por concentrarse en el recuerdo de los hechos o
la elaboración de una narrativa, esta labor es dejada de lado hasta el momento
en que el paciente haya desarrollado un margen de tolerancia lo suficientemente
amplio como para poder entrar en contacto con dichos recuerdos sin por ello generar
una mayor desregulación descompensación o disociación. Las estrategias
terapéuticas estarían encaminadas a restablecer la capacidad de regulación y
corregir o cuestionar las tendencias de acción de origen traumático que
desestabilicen al paciente. El aumento de la capacidad de regulación por
parte del paciente permite progresar a la siguiente fase del tratamiento:
trabajar los recuerdos traumáticos.
La labor de la fase
2 se
centra no tanto en recuperar los recuerdos traumáticos cuanto en superar la evitación
fóbica de los mismos (Vander Kolk y Van der Hart, 1989) y abordar las
tendencias de acción truncadas o inacabadas que quedaron en estado incipiente
dentro del marco de la experiencia traumática original; el objetivo de esta
fase es alcanzar o tomar conciencia de los recuerdos traumáticos e
integrarlos (Van der Hart et al., 2006; Van der Hart et al.,
1993). El terapeuta y el paciente hacen uso de las habilidades de la fase 1 que
fomentan el dominio de la activación fisiológica desregulada, con objeto de
poder abordar los recuerdos traumáticos dentro del margen de tolerancia: revivir
de una forma plenamente consciente la activación traumática, los impulsos
motrices, las sacudidas, los temblores, o el entumecimiento, e identificar
acciones fortalecedoras incipientes y llevarlas a la práctica. La transformación
de las tendencias de acción defensivas desadaptativas al tiempo que manteniendo
la conexión social, contribuye a ampliar la responsividad (receptividad) del paciente a los sistemas de
acción de la vida cotidiana y prepara el terreno para la labor de la fase 3: la
integración y el éxito en la vida normal.
En esta fase final, la
labor se desplaza de superar los bloqueos de origen traumático a participar
plenamente en la vida. Los objetivos terapéuticos incluyen ayudar al paciente
a:
1)
emprender las tareas propias del desarrollo adulto,
2)
superar el miedo a las dificultades y a los cambios,
3)
participar plenamente en el trabajo y en las relaciones (especialmente en las
relaciones íntimas), y
4) aumentar
la tolerancia a las emociones positivas.
La
capacidad por parte del paciente de responder a la activación de los sistemas
de la vida cotidiana excede finalmente a sus reacciones defensivas, y los
pacientes aprenden a prestar atención a áreas de su vida que hasta entonces
habían descuidado. Aprenden a utilizar su cuerpo de formas novedosas, que les mueven
a materializar nuevas acciones, tales como acercarse a los demás en busca de
contacto (humano).
La
duración de la terapia puede ser bastante variable. Los pacientes con mayor
capacidad de integración terminarán más pronto que los que no tengan dicha
capacidad (e.g., los pacientes con antecedentes de una traumatización compleja
durante la niñez). Es importante reconocer que los pacientes cuya inestabilidad
continúa siendo su problema más importante, puede que jamás lleguen a tener la
capacidad de integración necesaria como para probar a abordar las dificultades que
plantean las fases 2 y 3; estos pacientes extraen el máximo partido del hecho
de proseguir con los recursos estabilizadores de la fase 1.
La utilización del cuerpo en las tres fases del tratamiento
El
cuerpo participa de diferentes formas en las tres fases del tratamiento.
En la fase 1, los
pacientes aprenden a mantener la activación fisiológica dentro del margen de
tolerancia en base a reconocer los estímulos desencadenantes, cambiar las
tendencias de orientación y limitar el acceso a las situaciones
sobreestimulantes. La activación innecesaria de las reacciones defensivas que
invaden el funcionamiento de otros sistemas de acción se mitiga mediante el uso
de algunos recursos somáticos. Se enfatiza la conciencia del cuerpo, de manera
que los pacientes puedan aprender a reconocer los signos somáticos incipientes de
la hiperactivación y de la hipoactivación, y a utilizar los recursos somáticos
para devolver la activación fisiológica dentro de los límites del margen de
tolerancia. Los pacientes se familiarizan con los conceptos de núcleo y
periferia corporal, y aprenden a utilizar los recursos autorreguladores
correspondientes principalmente al núcleo corporal, y los recursos reguladores
relacionales que conciernen principalmente a la periferia del cuerpo, con
objeto de cambiar los movimientos y las sensaciones corporales a fin de
facilitar la activación óptima. Las habilidades de autocuidado (la capacidad de cuidar bien de
uno mismo) que
permiten estabilizar el sistema de acción responsable de la regulación de la
energía, tales como el dormir con regularidad y los hábitos alimentarios,
también se establecen en la fase 1.
En la fase 2, se
abordan los fragmentos mnémicos no integrados (las sensaciones físicas, las
intrusiones sensoriales, las emociones y las acciones). Los pacientes proceden
a identificar e incorporar los recursos que les ayudaron a afrontar los hechos
traumáticos y aprenden a utilizar el cuerpo para descubrir acciones que les brinden
una sensación de dominio incluso en el momento de rememorar estos hechos
traumáticos pasados. A través de la conciencia de los impulsos físicos que
afloran al evocar los recuerdos, los pacientes descubren y llevan a término los
“actos de triunfo” innatos, las defensas movilizadoras que fueron ineficaces en
el momento de la traumatización original. La práctica de estas acciones
defensivas fortalecedoras disminuye la vivencia de indefensión y de
vergüenza. A medida que las acciones movilizadoras desplazan a las defensas
inmovilizadoras y se asocian en su lugar a los recuerdos traumáticos, se genera
una sensación de dominio sobre el pasado traumático.
En la
fase 3, con las habilidades somáticas necesarias para mantener la activación
fisiológica en un nivel tolerable, la experiencia encarnada (la vivencia
corporal) de las acciones
fortalecedoras (empowering), que
favorecen la sensación de seguridad y de dominio en
relación con los recuerdos traumáticos, junto con la conciencia y la confianza crecientes
en el cuerpo como un aliado en lugar de como un enemigo, los pacientes están
psicológicamente equipados y somáticamente reforzados para volver su atención
en dirección a enriquecer sus vidas cotidianas. Los recursos aprendidos
en las fases anteriores del tratamiento se utilizan nuevamente en la fase 3
para respaldar la experiencia de asumir riesgos sanos y una implicación y
participación más activa en el mundo. Los pacientes se familiarizan con la
relación
dinámica entre el
núcleo y la periferia corporal y descubren de qué forma la integración del
núcleo y de la periferia fomenta la acción adaptativa y el descubrimiento de un
nuevo sentido. Se analizan las distorsiones cognitivas y las formas mediante
las cuales el cuerpo contribuye a mantenerlas con objeto de ayudar a los pacientes
a cambiar las creencias negativas y emprender los sistemas de acción
asociados a la vida cotidiana con una satisfacción cada vez mayor.
PRINCIPIOS DEL
TRATAMIENTO SENSORIOMOTRIZ
·
Prestar atención a la organización de la
experiencia en el aquí y ahora
·
Integrar las estrategias descendentes y
ascendentes
·
Estimular los sistemas de acción, tales como
los sistemas de acción responsables de la conexión social, la exploración y el juego
·
Ampliar el margen de tolerancia y la capacidad
general de regulación
·
Negociar un cambio en la orientación,
desplazando la atención del trauma del pasado a la experiencia del presente;
·
Permitir que la adscripción de sentido emerja
orgánicamente de la experiencia física
·
Prestar atención a la transferencia y la
contratransferencia somáticas
·
Aumentar la capacidad de integración.
Bibliografía
Ogden, P., Minton, K., & Pain, C. (2009). El
trauma y el cuerpo. Un modelo sensoriomotriz de terapia. Bilbao: Desclée de
Brouwer.
ATENCIÓN PSICOLÓGICA A NIÑOS, ADOLESCENTES, ADULTOS Y MAYORES
ONLINE Y PRESENCIAL
- Psicóloga infantil y adolescentes
- Psicóloga adultos y mayores
- Atención psicológica individual
- Terapia de pareja
- Terapia familiar
- Mediación
- Psicóloga educativa
Atención psicológica en problemas de:
- Apego
- Autocontrol
- Agresión
- Autoestima
- Autoconcepto
- Acoso moral
- Habilidades sociales
- Incomunicación
- Miedos y fobias
- Indecisión
- Inseguridad
- Timidez
- Exclusión social
- Sobreprotección
Atención psicológica en:
- Trastornos de ansiedad
- Trastornos depresivos
- Trastorno de la conducta alimentaria
- Trastornos disociativos
- Trastornos somáticos
- Trastornos obsesivos compulsivos y relacionados
- Trastornos de estrés postraumático TEPT
- Trastorno relacionados con traumas y factores de estrés
- Trastornos de personalidad
- Trastornos de la excreción
- Trastornos del sueño-vigilia
- Disforia de género
- Trastornos disruptivos del control de impulso y de la conducta
- Trastornos relacionados con sustancias y trastornos adictivos
- Trastornos del neurodesarrollo
- Trastornos sexuales
- Trastornos parafílicos
- Trastorno bipolar
- Trastorno de dolor crónico
Atención psicológica en otros trastornos:
- Trastorno de duelo complejo persistente
- Síndrome de psicosis atenuado
- Episodios depresivos con hipomanía de corta duración
- Trastorno neurocomportamental asociado con la exposición prenatal al alcohol
- Trastorno de comportamiento suicida
- Autolesión no suicida
- Trastorno de dolor crónico: Fibromialgia
- Trastorno de dependencia emocional
- Altas capacidades
- Dificultades de aprendizaje
Precio 60 euros
Duración 1 hora
Pedir cita:
- Por teléfono, WhatsApp o Telegram 630723090
- Reservar online
Consultas
- Online
- Presencial
Centro de Psicología María Jesús Suárez Duque
C/ Tunte,6 Vecindario (Frente al Centro Comercial Atlántico, a la derecha de la oficina de correos)
Pedir cita: 630723090
Comentarios
Publicar un comentario