Cómo empezar:
¿Compromiso terapéutico o evaluación previa?
El
terapeuta tiene que tomar decisiones en los primeros momentos de su contacto
con la pareja que busca ayuda (HIEBERT, GILLESPIE y STAHMANN, 1993; KARPEL,
1994).
¿Qué
clase de dificultad parece que se oculta en los primeros problemas que
exponen?
¿Se trata de un caso del que el terapeuta se
pueda ocupar de forma responsable, considerando la práctica y la experiencia
que tiene?
¿Qué
es más adecuado: atenderles de manera conjunta o por separado; o remitir a uno
o a los dos a terapia individual?
La
evaluación es importante, pero la necesidad de que el terapeuta evalúe y tome
decisiones se debe equilibrar con el conocimiento de las preocupaciones y las preguntas
que más angustien a la pareja. Además, hay que intervenir con las dos personas
de forma que la terapia de pareja sea un proceso que genere confianza en que el
cambio es posible. No se trata, por supuesto, de un dilema exclusivo del
trabajo con parejas, pero las fuertes emociones y la inestabilidad emocional
que suelen acompañar a la relación de pareja problemática a menudo convierten
esta tarea en todo un reto.
Muchas
veces, cada miembro de la pareja alberga toda una serie distinta (y a veces opuesta)
de esperanzas y miedos: por ejemplo, esperar que acudir a terapia sea beneficioso,
pero temer que pueda resultar vergonzoso o doloroso. Es posible que ambos teman
que su relación empeore al llegar a casa después de la sesión de terapia y, por
consiguiente, se pregunten cómo pueden conjugar la sinceridad con la cautela en
lo que digan al terapeuta. ¿Qué dirá el otro sobre ellos? ¿Se les pedirá que
hablen de cosas que los hieren o son motivo de desacuerdo sobre las
dificultades o las frustraciones de su relación sexual, o sobre detalles íntimos
de la aventura que hayan tenido y ahora quieren ocultar? ¿Hasta qué punto son
capaces de hablar de la complejidad de diez, veinte o hasta treinta años de
vida en común, a una persona completamente extraña y en una breve sesión?
Cuando ha habido tanto dolor o tanto desengaño, ¿qué diferencia puede marcar
realmente hablar de esas cosas? ¿O quizá haya deseos más agresivos, como confiar
en que quede en evidencia el compañero, o en que se avergüence, o en que le digan
“cuatro cosas bien dichas”? Por un lado, las parejas tienen un gran deseo de
ser escuchadas y comprendidas, y por otro lado, tal vez de forma un tanto
contradictoria quieren estar seguras de que el terapeuta sabe qué está
haciendo, que es una persona competente y segura de sí misma, que podrá darles
algunas respuestas a sus dificultades.
La
apreciación, y no el diagnóstico, constituye la esencia de la
evaluación. Obtener información es importante y necesario para que el terapeuta
pueda tomar decisiones sobre cómo proceder con la terapia. Sin embargo, es muy
fácil interesarse en exceso por el contenido de las dificultades de la pareja,
por categorizar su problema y decidir qué hacer y, por tanto, que el terapeuta
no logre desarrollar una apreciación de la exclusividad de la experiencia que
se oculta detrás de la historia de la pareja. El interés por la apreciación,
tal como Virginia SATIR la describe, lleva a centrarse en implicarse con la
pareja, escuchar su historia y desear comprender su experiencia. Esto, a su
vez, contribuye a la formación del “espacio terapéutico” en que las dos
personas pueden empezar a sentirse lo bastante seguras para escucharse
mutuamente, explorar la propia experiencia y la del otro y por último asumir
riesgos y plantearse la relación de otra manera. Pensamos que el terapeuta de
pareja debe intentar desarrollar y mantener una postura similar a la que los
psicólogos del yo describen como postura “próxima a la experiencia” del cliente
(LIVINGSTON, 1995, 1999, 2001; SOLOMON, 1989; WOLF, 1988), intentar
sintonizar empáticamente con cada uno de los miembros de la pareja y ponerse
emocionalmente “en su piel”, aunque la necesidad de empatizar a la vez con los
dos puede hacer que la terapia se convierta en todo un reto. Será inevitable
que en la mente del terapeuta se produzca la reflexión —el análisis, la
categorización, las hipótesis—, y es posible que se produzca también una vez acabada
la sesión, pero la prioridad inmediata cuando la pareja entra en la consulta
debe ser el proceso de implicación.
El contenido de la
evaluación: Un marco con cinco dimensiones
¿Cómo
va a saber el terapeuta qué información se necesita, qué preguntas debe hacer?
Se
trata de considerar la relación de pareja como un fenómeno complejo cuya
realidad no puede captar teoría alguna. Por consiguiente, si adoptamos una
perspectiva más holística, partiendo de toda una diversidad de tradiciones teóricas,
será menos probable que se nos pasen por alto los temas fundamentales. Sin
embargo, para llevar a cabo ese enfoque se necesita un marco para que los temas
o las cuestiones relevantes que las diferentes tradiciones teóricas indiquen se
analicen sistemáticamente, y no sin orden ni concierto. Después de dibujar
una imagen general de la relación, es posible centrarse con más detalle en
aquellos aspectos que parezcan importantes para entender esa relación concreta
en ese momento preciso.
Una
metáfora que empleamos es la de la relación como una habitación de forma irregular
con una serie de ventanas. Al mirar por cada una de ellas, se desvela un
aspecto diferente del complejo conjunto de la habitación y de su contenido. Se
puede pensar que cada ventana corresponde a una determinada tradición teórica
para ilustrar un aspecto importante del funcionamiento de la relación.
Observamos a la pareja, pero desde diferentes perspectivas: ninguna visión es
más “correcta” que otra, aunque algunas puedan ser especialmente útiles al
tratar de entender una determinada relación de pareja.
A
continuación se describen las cinco dimensiones que hay que considerar: las
cinco “ventanas”. Unidas ofrecen al terapeuta un marco en el que se puede
recurrir a cualquier conocimiento de que disponga como guía en la formulación
de las preguntas que esclarezcan el funcionamiento de la relación en cuestión.
Las cinco dimensiones ofrecen una manera de operativizar (definir un concepto
abstracto de forma que se pueda medir) algunas de las formas de pensar sobre
las relaciones desde las perspectivas psicodinámica y sistémica.
La dimensión evolutiva
Las
cuestiones clave que se asocian con esta dimensión se refieren a la fase de desarrollo
que la relación ha alcanzado y a cómo ésta puede darnos información sobre el
funcionamiento
y las dificultades actuales de la relación. Esto lleva al terapeuta a pensar desde la perspectiva de
las fases del ciclo vital de la familia (CARTER y MCGOLDRICK, 2005) y desde
la del patrón de desarrollo de la relación sentimental entre los miembros de
la pareja (BADER y PEARSON, 1988).
En lo que a la evaluación se refiere, son
especialmente importantes los cambios de primer y segundo orden asociados con
cada fase del ciclo de vida de la familia —los cambios prácticos
relacionados con las diferentes fases y los cambios subyacentes en la configuración
de las relaciones—, ya que las dificultades en la relación a menudo reflejan
el fracaso en asumir los cambios de segundo orden.
Al
pensar en las fases evolutivas o los patrones de las relaciones, es importante
tener en cuenta que los modelos o los marcos de que se disponga son
aproximaciones a las que no es probable que se pueda ajustar exactamente
ninguna relación. Por lo tanto, no hay que permitir que el modelo o el marco
definan la realidad de la relación en cuestión. No obstante, esos marcos pueden
ser extremadamente útiles para generar hipótesis sobre la experiencia de una determinada
pareja o familia, una experiencia que se puede analizar con mayor detalle.
La dimensión intergeneracional
En
esta dimensión, las preguntas fundamentales se refieren al legado de la
familia de origen que cada miembro de la pareja ha llevado a la vida adulta
y a la relación (MCGOLDRICK, GERSON y SHELLENBERGER, 1999; SEARIGHT, 1997).
¿Qué
indicios hay sobre los modelos de apego que se adquirieron en los primeros años
de vida y cuáles predominan aún?, (CRAWLEY y GRANT, 2005; ERDMAN y CAFFERY,
2003; JOHNSON y WHIFFEN, 2003).
¿Qué
indicadores de posibles relaciones objetales interiorizadas se pueden observar
cuando las personas hablan de su familia de origen y cómo se manifiestan en la
relación actual?, (FRAMO, 1992; SCHARFF y SCHARFF, 1991).
La dimensión de la comunicación
La
palabra “comunicación” puede tener muchos significados y existe un cuerpo bibliográfico
considerable sobre los aspectos de la comunicación en las relaciones íntimas,
procedente de los estudios sobre psicología (DUCK, 1988; DUCK y DINDIA, 2000; NOLLER,
1984). Más recientemente, los estudios e investigaciones sobre el proceso de la
terapia basados en aspectos del análisis del discurso han destacado algunas de
las complejidades de la construcción del significado tanto en las relaciones
como en el proceso de la psicoterapia, incluida la terapia de pareja (FERRARA,
1994; GERGEN, 1994; MUNTIGL, 2004; SILVERMAN, 1997, 2001).
En
la práctica, hay tres áreas de análisis que podrán serle de utilidad al
terapeuta en el proceso de evaluación:
•
Si partimos del principio de que “uno no puede no comunicarse”, ¿cómo afronta
esta pareja la tarea fundamental de la comunicación?, (SIEBURG, 1985). ¿Cuáles
son las virtudes de su comunicación y cuáles parecen ser los puntos
conflictivos?
•
¿Existen temas, experiencias o aspectos de su relación que al parecer se
evitan, o provocan angustia cuando se plantean? Si es verdad que “lo que más
duele en una relación es aquello de lo que no se puede hablar”, ¿qué se puede
esconder detrás de esas dificultades?
•
Cuando la pareja se comunica, ¿hay ejemplos evidentes de que “el mensaje
enviado no parece que sea el mensaje recibido”? ¿Se trata de casos de “simples”
malentendidos o apuntan al impacto del inconsciente, del “matrimonio
invisible”, por ejemplo, aspectos de la transferencia entre los miembros de la
pareja o de la proyección, que influyen en cómo aquéllos perciben la conducta y
la comunicación mutuas y, por consiguiente, les adscriben significado?
La dimensión organizativa
¿Cómo
se ha organizado este sistema relacional?, (MINUCHIN, 1974; NICHOLS y SCHWARTZ,
2001). ¿Cuál es la estructura jerárquica del sistema? ¿Qué papel desempeña cada
miembro de la pareja y qué reglas o normas parecen regir la relación? ¿Qué tipo
de límites parecen existir y se trata de límites claros y reconocidos, o son
difusos y se traspasan con frecuencia? ¿Qué triángulos o coaliciones
predominan?, (GUERIN y cols., 1996).
La dimensión ecológica
¿Cuál
es el contexto más amplio de esta relación? ¿Cuáles son los factores
culturales, étnicos o socioeconómicos que parecen ser importantes para
comprender cómo conviven las dos personas que componen esta relación?, (SEARIGHT,
1997; HARDY y LASZLOFFY, 2002). ¿Cómo influyen en sus peleas sus valores
culturales y sociales? ¿De qué redes sociales y apoyos dispone la pareja y qué
exigencias le plantea el sistema social más amplio en cuestiones como el
trabajo, la economía, las creencias religiosas y demás?, (HARTMAN y LAIRD,
1983).
En
todas estas cinco dimensiones está presente el importante tema del género:
¿Cuál es la perspectiva de la mujer y cuál la del hombre en
cada una de las cinco dimensiones?
¿Cómo
se construyen socialmente los roles de género relativos al trabajo remunerado,
el cuidado de los hijos y las responsabilidades domésticas?, (RAMPAGE, 2002).
¿De
qué modo estas expectativas llegan a generar conflictos? ¿Qué es lo que cada
miembro de la pareja aprendió sobre el hecho de ser hombre o mujer en su
familia de origen y cómo influye esto en el conflicto actual? ¿Cuál es la
dinámica de poder de la relación y hay en ella algún aspecto de género?, (BALL,
COWAN y COWAN, 1995; RAMPAGE, 2002).
La estructura de la
fase de evaluación
Cuando
alguien acude al terapeuta para que le ayude con algún problema de su matrimonio
o relación, la primera decisión que éste debe tomar es si empezar o no con una
sesión conjunta. Es preferible la sesión conjunta en el primer encuentro con la
pareja, a menos que la persona que se haya puesto en contacto manifieste su
deseo expreso de empezar con una sesión individual. Si el trabajo conjunto es
el sistema por el que se opta al ocuparse de los problemas de relación, es
lógico trabajar así desde el principio siempre que sea posible.
Con
una sesión inicial conjunta el terapeuta se puede centrar en la relación desde
el inicio. Experimenta directamente, desde el principio de la terapia, la
realidad de la relación entre las dos personas y puede arrancar el proceso de crear
un ambiente de seguridad para ellas mientras estén en su presencia,
hablando de sus diferentes percepciones y experiencias.
Normalmente,
cuando el terapeuta dice que prefiere empezar con una sesión conjunta, la
pareja no suele poner objeciones. Sin embargo, si quien decidió acudir al
terapeuta manifiesta su deseo de empezar con una sesión individual, hay que
respetarla. Las razones de que se pida una sesión inicial individual pueden ser
muchas. A veces en la relación hay cuestiones de control o de violencia (reales
o temidas) ocultas en esa petición o es posible que la persona que se pone en
contacto dude de su capacidad de decir en voz alta lo que le preocupa de la
relación en presencia de su pareja, por miedo a hacerle daño o avergonzarla.
Por lo tanto, es importante tomarse en serio la petición de una sesión
inicial individual como primer contacto, aunque para el terapeuta diste mucho de
ser la mejor forma de empezar una terapia de pareja. En algunos casos,
puede ocurrir perfectamente que la terapia de pareja conjunta no sea la forma
adecuada de terapia, por ejemplo, cuando el control o la violencia constituyen
un problema en la relación, o cuando se oculta una aventura amorosa. En otros
casos, es posible que el hecho de que la persona manifieste el firme deseo de
comenzar con una sesión individual, por mucho que el terapeuta le explique que prefiere
empezar con una sesión conjunta, transmita algo importante sobre esa persona individual
o sobre la dinámica de la relación, o sobre ambas.
La evaluación de “largo recorrido” y la de “corto recorrido”
En
la mayoría de los casos, la primera sesión será conjunta: hay dos formas de estructurarla:
1)
Evaluación
de corto recorrido: la evaluación se puede terminar en la primera sesión conjunta.
En algún caso, es posible que se extienda a parte de una segunda sesión
conjunta o a toda ella: HIEBERT, GILLESPIE y STAHMANN (1993) hablan de una
“entrevista inicial estructurada” que ocupa entre una y cuatro sesiones, según
sea la complejidad de la historia de la pareja. A veces hay buenas razones para
utilizar el recorrido corto, principalmente cuando el tiempo de que se dispone
para la terapia es limitado o cuando existen restricciones económicas para el número
de sesiones. De hecho, éste solía ser el formato habitual de la terapia de
pareja (KARPEL, 1994).
2)
Evaluación
de largo recorrido: Hoy, es mayor el reconocimiento del valor de una sesión individual
con cada una de las personas, como parte del proceso de evaluación (KARPEL,
1994; SCHARFF y SCHARFF, 1991). En este formato, la fase de evaluación de la
terapia consiste en una sesión inicial conjunta, seguida de una sesión
individual con cada uno de los miembros de la pareja y luego una segunda sesión
conjunta. Durante esta segunda sesión conjunta es cuando concluye el proceso
de evaluación, con la negociación de un acuerdo sobre la terapia en curso y
la forma que vaya a adoptar.
Ventajas de la evaluación
de largo recorrido están las siguientes:
•
La terapia empezará por centrarse en la relación, más que en la percepción o la
experiencia que una de las dos personas tenga sobre ella. El terapeuta puede
ver y experimentar la relación in vivo y empezar a hacerse una idea
general de la naturaleza no sólo de la interacción interpersonal entre los dos
miembros de la pareja, sino también de la interacción marital inconsciente que
se produce en la relación (RUSZCZYNSKI, 1993).
•
En la sesión individual con cada miembro de la pareja, se puede hacer un
análisis más exhaustivo de la experiencia de la persona en cuestión, ya que es
menor la probabilidad de que se censure lo que se vaya a decir por miedo a
provocar o disgustar a la otra persona. Habrá menor actitud reactiva de la que
para algunas parejas es inevitable cuando están el uno en presencia del otro,
con lo que se podrá hablar de forma más reflexiva.
•
El terapeuta tendrá mayor oportunidad de entablar una relación de comunicación
con cada persona en las sesiones individuales, y podrá responder con mayor
facilidad y de forma empática a ambas en las posteriores sesiones conjuntas (SOLOMON,
1989). La sesión individual puede ser especialmente útil para formar una
alianza terapéutica con la persona que inicialmente se muestre indecisa ante la
terapia de pareja.
Sin
embargo, la evaluación de largo recorrido plantea algún problema, en
concreto el de que el terapeuta se vea en la situación de tener que guardar un
secreto. El tema de los
secretos siempre ha sido motivo de preocupación en la
terapia de pareja, aunque quizá cuando mayor sea el problema es cuando se
empieza a aprender a trabajar con parejas.
Sabedores
de la dificultad que supone guardar secretos, nosotros siempre empezamos una
sesión individual (durante el proceso de evaluación, y también más adelante si
se
producen otras) con un preámbulo del tipo siguiente:
Antes
de empezar, ¿podemos acordar las normas básicas con las que regirnos?
Cuando hablo con uno de los miembros de la pareja, considero que lo que se diga
es secreto y por consiguiente no hablaré con ... de lo que hoy digamos. Si
surge algo sobre lo que, en mi opinión, sea importante que habléis los dos, os
lo diré; pero serás tú quien deberá planteárselo a ... sea en privado en casa o
en una futura sesión conjunta. Yo no voy a tomar la iniciativa ni lo voy a
plantear. Además, si en lo que me cuentes hay algo que me parezca que va a
dificultar seguir con el trabajo con la pareja, te lo diré.
En
algunos casos —muy pocos, según nuestra experiencia—, en una sesión individual se
comparte cierta información que hace difícil o imposible seguir honradamente
con la terapia de pareja en marcha. El ejemplo más obvio es cuando se desvela
una aventura amorosa secreta y activa con una tercera persona (CORNWELL, 2007;
MOULTRUP, 1990; WEEKS, GAMBESCIA y JENKINS, 2003). Esto plantea un grave dilema
al terapeuta de pareja y hay que encontrar la forma de resolverlo. Es
improbable que seguir con una terapia en marcha mientras una de las personas
implicadas vive una aventura, que el terapeuta desconoce, lleve a unos resultados
beneficiosos, por lo que probablemente es preferible tener sesiones individuales
con cada persona, para saber la situación de esa aventura y tratar el tema directamente
al inicio de la terapia con quien mantiene el secreto, en lugar de seguir ignorándolo.
La posibilidad de que en algún que otro caso nos encontremos con esta situación
difícil y “turbia” no es, en nuestra opinión, razón suficiente para no reunirse
individualmente con cada persona, como parte del proceso de evaluación.
Características de la relación de pareja que hacen que la
evaluación de largo recorrido sea esencial y no sólo deseable:
•
Se habla de violencia física en la relación o el terapeuta tiene la impresión
de que una de las personas impone un importante control o miedo en la relación.
La cuestión aquí es analizar con delicadeza todo lo relativo a la seguridad,
además de preguntarse si es seguro o apropiado seguir con la terapia conjunta.
Por definición, este análisis no se puede emprender de forma adecuada o
responsable en presencia de la persona de quien se crea que impone el control o
miedo en la relación. En esta situación, nuestra postura es la de forzar una
sesión individual con cada miembro de la pareja (sin que se pueda negociar: “es
mi forma de trabajar”). También intentamos disponer las sesiones siguientes
individuales de forma que nos reunamos primero con la persona que al parecer es
la víctima del control o la intimidación. Si se confirma esta o algún tipo de
violencia, es importante estructurar la sesión individual con la persona
violenta o que intimida de manera que la situación no empeore para la otra
persona.
•
Uno de los miembros de la pareja está tan angustiado, quizá ante la posibilidad
de que termine la relación, que es incapaz de participar en una sesión
conjunta. En estos casos es necesaria una sesión individual con la persona
preocupada, para ofrecerle suficiente apoyo y contención para que pueda contar
su historia de forma coherente y decidir si lo apropiado es seguir con sesiones
conjuntas. Será necesaria una sesión individual con la otra persona para
mantener el equilibrio del proceso y también para oír su historia.
•
Se indica que parte del problema es una aventura amorosa. Es importante que el terapeuta
estudie qué significa esa relación para la persona implicada, para determinar si
realmente ha terminado y para evaluar en qué medida a esa persona le entristece
aún que haya acabado: son todas cuestiones difíciles de analizar en presencia
de la persona agraviada, que probablemente se sentirá a la vez herida y
enfadada. En estos casos, suele ser necesario iniciar el proceso de ayuda a la
persona ofendida para que empiece a superar la fase de limitarse a
reaccionar a esa aventura amorosa y analizar con ella de
forma más reflexiva qué es lo que desea para el futuro de la relación. Una vez
más, todo esto será mucho más fácil con una sesión individual.
El proceso de
evaluación
Es
mucha la información que el terapeuta puede obtener sobre una pareja y su relación,
y que puede ser de utilidad para comprender sus problemas y ayudarla. Lo difícil
es encontrar el equilibrio entre la búsqueda de información y la implicación de
la pareja en el proceso de la terapia, de forma que se empiece a formar un
“espacio seguro” para las dos personas. Cada terapeuta de pareja tendrá su
propia forma de hacerlo.
Guía de proceso de evaluación
Esta
estructura ayuda a contener la ansiedad y además facilita al terapeuta hacerse
con el control. Para algunas parejas, también iniciará el proceso de ayudar a
cada uno de sus miembros a pensar sobre su relación como pareja, en
lugar de quedarse estancado en su propia experiencia emocional a menudo
agobiante, es decir, les ayuda a empezar a alcanzar un “estado de ánimo de
pareja”.
Una
imagen orientadora es imaginar el proceso de evaluación como una serie de historias
que es necesario contar y escuchar. Escuchar la historia no es
simplemente un proceso pasivo de recibir información. La historia generará
preguntas, que sirven para esclarecer y enriquecer la imagen que dibuja y
también para esclarecer aspectos de la interacción conyugal de la pareja. La
explicación que HIEBERT y cols. (1993) hacen de su entrevista inicial
estructurada es un útil ejemplo de la variedad de preguntas que se pueden
formular para ayudar a “desempaquetar” las historias que se cuenten. Los mismos
autores también hablan de un estilo de “preguntas diádicas”, “un proceso en el
que el terapeuta formula a un miembro de la pareja preguntas sobre el otro”
(pág. 41). Nosotros no utilizamos las preguntas diádicas de forma habitual,
pero en algunas parejas pueden ser útiles para que
cada uno de sus miembros piense sobre su relación, en lugar
de permanecer centrado obsesivamente en su propia experiencia individual.
La historia de los
problemas de la relación
Como
punto de partida de la primera sesión conjunta, invitamos a las dos personas
a que nos cuenten, una después de la otra, por qué han acudido a terapia.
Para la pareja es un punto obvio por el que empezar. La experiencia nos
dice que si para “calentar” se presta excesiva atención a otros temas o
se hacen demasiadas preguntas, se corre el riesgo de que la pareja lo
tome como una distracción o una táctica dilatoria y puede provocar impaciencia
o mayor ansiedad. Normalmente dejamos que sea la pareja la que decida quién
habla primero de su experiencia de los problemas: la breve discusión de “quién
empieza” que a veces se produce puede tener un interés propio, que tal vez merezca
la pena analizar más exhaustivamente en una fase posterior.
Es
posible que escuchar estas dos versiones de la historia no requiera más que
unos pocos minutos, o puede implicar una narración larga y compleja por parte
de uno de los miembros de la pareja o de ambos. Las dos experiencias de la
historia pueden ser muy similares o muy distintas. Sea como fuere, es necesario
que se cuente la historia: la terapia no puede avanzar hasta que uno y otro
miembro de la pareja hayan tenido oportunidad de contar su experiencia con todo
el detalle que deseen.
Jane
aceptó la invitación del terapeuta para que uno de ellos le contara qué les
había llevado a la consulta. Empezó a contar una historia larga y complicada,
pero lo hacía lentamente, sin que nunca pareciera que llegara al final de
cualquier punto concreto, lo cual llevó al terapeuta a pensar que no había
razón natural para pasar a la experiencia que Bob tenía de su relación. Oculta
en el proceso de narración de la historia, prolongado casi hasta la
exasperación, el terapeuta observaba una considerable ansiedad. Controlaba las
reacciones no verbales de Bob a lo que estaba ocurriendo, pero éste parecía
concentrado en escuchar a Jane. Unos cinco minutos antes de concluir la sesión,
el terapeuta, un tanto desesperado, interrumpió por fin a Jane, se dirigió a
Bob y dijo algo así: “Bob, has estado escuchando con mucha paciencia a Jane
mientras contaba una historia bastante complicada.
Tengo
ganas de oírte algo al menos de cómo ves tú las cosas”. La respuesta de Bob fue
del estilo: “Estoy bien, me alegro mucho de que haya escuchado usted a Jane.
Fuimos a ver a otro orientador que no escuchaba y ella no quería volver a
verlo”.
Intentamos
escuchar con una postura de respeto, de curiosidad interesada, haciendo preguntas
esclarecedoras cuando creemos que son necesarias. Si hace falta, utilizamos este
procedimiento para empezar por establecer la norma de que cada uno debe
escuchar al otro sin interrumpirlo ni corregirlo.
Como
ocurre con todas las historias, es importante escuchar el contenido, pero lo
es igualmente escuchar cómo se cuenta la historia. ¿Parece que una
persona está constantemente pidiendo permiso a la otra para contarla?, ¿cuál es
la emoción que subyace mientras se cuenta la historia, tanto para quien la
cuenta como para quien la escucha?, (JOHNSON, 2004), ¿qué tipo de reacción de
contratransferencia a la historia observamos en nosotros mismos, qué clase de
experiencia de pareja nos recuerda lo que escuchamos (SCHARFF y SCHARFF, 1991)
y ¿qué sentimientos afloran en nosotros: tristeza por la soledad, envidia por
la pasión y el cariño que en su momento tanto prometían, enojo por el egoísmo
manifiesto, o cuál de las otras muchas posibilidades?
La historia de su
relación
Después
de escuchar la historia de los problemas de cada uno de los miembros de la pareja,
debemos contextualizar su relación y sus dificultades. Para ello hacemos una serie de
preguntas, cuyas respuestas nos proporcionan información factual y
demográfica, y a la vez abren nuevas oportunidades para el análisis
reflexivo. Entre las preguntas que formulamos están las siguientes:
•
Qué edad tiene cada uno
•
En qué trabajan
•
Cuánto tiempo llevan juntos
•
¿Tienen hijos? ¿De qué edad?
•
¿Están casados o mantienen una relación de hecho? ¿Vivieron juntos antes de casarse?
¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto hacía que se conocían cuando se casaron o empezaron a
vivir juntos? ¿Qué edad tenían entonces?
•
¿Es el primer matrimonio o la primera relación de hecho para los dos? De no ser
así, ¿cómo fueron las relaciones anteriores?
•
¿Cuándo empezó cada uno de ellos a preocuparse por cómo iba su relación?
No
es una lista exhaustiva. Cada pregunta puede generar otra reflexión, otra
pregunta, todo con el objetivo común de llegar a conocer esta relación,
sus vicisitudes, sus fortalezas y sus éxitos, su historia y sus circunstancias
exclusivas. ¿Ha habido experiencias traumáticas, de pérdidas o de
enfermedades graves, que hayan afectado a la relación de la pareja?, (JOHNSON,
2002). También aquí, aunque el contenido de las respuestas es importante,
son los matices, las dudas, las miradas significativas y el tono afectivo las
que suelen ser más reveladoras, por las pistas que aportan sobre la interacción
conyugal que se produce en el ámbito consciente (RUSZCZYNSKI, 1993; SHADDOCK,
1998, 2000) y que, por consiguiente, abrirán nuevas líneas de reflexión.
La historia de cómo
las dos personas se implican mutuamente
¿Cómo
gestionan las dos personas su interacción cotidiana, sobre todo en aquello que puede
serle difícil a la pareja? Nosotros preguntamos por tres ámbitos de la
interacción que tanto la visión psicodinámica como la sistémica de las
relaciones señalan que las parejas deben acordar:
·
el
conflicto y su resolución
(WILE, 1993);
·
la
vulnerabilidad, ser capaz de cuidar y de ser cuidado (JOHNSON, 2004); y
·
la
sexualidad (DAINES
y PERRETT, 2000; SCHNARCH, 1991).
Sobre
el conflicto y la vulnerabilidad, hacemos preguntas como las que siguen:
•
¿Cómo expresa cada uno su propio enfado y su vulnerabilidad?, ¿cómo experimenta
la reacción de su pareja?
•
¿Cómo se conciencia cada uno de cuándo el otro se siente enfadado o
vulnerable?, ¿cómo reacciona?, y ¿cómo se recibe esta reacción?
•
¿Cómo se resuelve el conflicto: las aguas vuelven a su cauce sin decir nada o
se habla de lo que había bajo el conflicto?
•
¿Quién toma la iniciativa en la resolución del conflicto y el inicio de la
reconciliación?
•
¿Existen conflictos no resueltos, con una información que se guarda para usarla
como arma en discusiones futuras?
El
tema de la sexualidad se plantea en esta primera fase de la terapia por dos
razones:
1)
En
lo que al proceso se refiere, las parejas varían mucho en el grado de comodidad
o incomodidad con que hablan de su relación sexual: por si a la pareja le es difícil
este tema o le asusta, queremos introducirlo en el debate en una fase temprana,
en vez de dejarlo pendiente y con la pareja quizá preguntándose con angustia si
se va a plantear en sesiones posteriores.
2)
Con
respecto a la evaluación, existe un cuerpo teórico (DAINES y PERRETT, 2000; SCHARFF,
1982; SCHNARCH, 1991; SKYNNER, 1976), que considera que la sexualidad de la
pareja contiene y refleja la dinámica esencial de su relación. Así que, como
bien ilustra el ejemplo siguiente, la información sobre la forma de interactuar
de la pareja en torno a la sexualidad puede ser importante:
El problema que se planteaba era
que Francine se sentía asfixiada por Chris, a quien no le gustaba que ella
pasara tiempo sola con sus amigas. En los actos sociales, era frecuente que
Chris se pusiera muy tenso cuando parecía que Francine se divertía hablando con
otras personas sin tenerle en cuenta, en especial si alguna de esas personas
era un hombre. Francine era la fuerte de la relación: brillante en su
profesión, muy competente en el entorno familiar como esposa y madre de sus dos
hijos pequeños. Por debajo de esta fortaleza se escondía una notable necesidad
de tenerlo todo controlado y un patrón bien desarrollado de asumir la
responsabilidad del bienestar emocional de los demás, con la consiguiente
dificultad para pedir ayuda y que se la considerara, de un modo u otro,
vulnerable. Al preguntarles por su relación sexual, la sesión se volvió de
inmediato tensa e incómoda. Poco a poco se fue desvelando que Chris llevaba
varios años con problemas de eyaculación precoz. Francine “había hecho todo lo
que pudo” para ayudarlo —lo cual consistía básicamente en tratar de no excitarse
ella para así intentar que él retrasara el orgasmo—, pero se sentía derrotada,
porque el problema seguía. Chris había buscado ayuda en varias ocasiones, en
ellas le propusieron soluciones médicas y conductuales que no consiguieron
mejorar la situación. Francine se había dado por vencida en lo que se refería a
la dimensión sexual de su relación, “no era importante en la disposición
general de las cosas”. Sin embargo, pese a esta postura, enseguida se puso de
manifiesto que el tema era para ella muy delicado y de mucha importancia.
Añoraba hacer el amor y se sentía fracasada por no ser capaz de ayudar a Chris.
Esta realidad destapó una visión completamente distinta de la dinámica de su relación,
en la que Francine era quien empezaba a emerger como la parte vulnerable e
insegura que, detrás de la persona competente que simulaba ser, escondía muchas
dudas sobre sí misma.
Según cuáles sean las
circunstancias en que la pareja expone sus problemas, hacemos preguntas del
tipo que sigue:
•
¿Cómo han experimentado la dimensión sexual de su relación, tanto en el
contexto de sus problemas actuales, como en momentos anteriores de su vida de
pareja?
•
¿Cómo han influido las dificultades actuales, si lo han hecho, en su relación
sexual?
•
¿Existen problemas sexuales concretos en la relación (como eyaculación precoz o
dificultad para llegar al orgasmo), o un problema más general relativo al deseo
o a la capacidad de iniciar la intimidad sexual?
•
¿Hay un patrón de quién ha tomado la iniciativa sexual en la relación?, ¿ha
cambiado a lo largo del tiempo?
La historia de la
familia de origen de las dos partes
El
conjunto de historias siguiente se refiere a la experiencia que cada uno
tiene de las relaciones, tanto en su familia de origen como posteriormente.
En este punto, y a partir
de la teoría psicodinámica pretendemos responder la
pregunta: “¿Qué expectativas trae cada uno a su relación mutua?”
Normalmente, esta
historia será el centro de atención de la sesión individual con cada miembro de
la pareja. Nosotros solemos empezar por explicar brevemente por qué, cuando se
encuentran con una dificultad o una crisis, queremos conocer la historia anterior
de su vida. Nuestro preámbulo puede ser más o menos así:
Puede
parecer muy alejado de lo que te preocupa, pero me ayudaría saber algo sobre tu
historia familiar. En la familia, de niños y adolescentes, es donde aprendemos
importantes lecciones sobre las relaciones, y lo que hemos aprendido puede
influir tanto en lo que esperamos de nuestras relaciones posteriores de adultos
como en la forma de reaccionar ante ellas.
Luego,
suele ser de ayuda que el terapeuta trace un sencillo genograma (MCGOLDRICK,
GERSON y SHELLENBERGER, 1999) para organizar la información que le va llegando.
Una vez más, los detalles son importantes, pero lo es mucho más la forma en que
se cuenta esa historia:
•
¿Cuáles son los matices sobre la calidad de la relación experimentada en la
familia de origen, y cómo han influido en las expectativas que la persona ha
interiorizado y ha puesto en la relación?
•
¿Qué se recuerda y qué no? ¿Qué indicios puede haber en ello sobre la calidad
de las primeras relaciones?
•
¿Cuáles son las idealizaciones y cuáles los desengaños y las heridas no
cerradas, que al parecer la persona aún arrastra?
Procuramos que todo esto constituya una conversación reflexiva,
con adecuadas “preguntas en voz alta” sobre el nexo entre la experiencia de la
familia de origen y la dinámica de su relación actual. La forma en que se
reciban estas “preguntas en voz alta” sobre el vínculo entre el pasado y el
presente puede dar valiosas pistas sobre la disposición de la persona a
analizar su parte de responsabilidad en los problemas de su relación.
Preguntar
por la experiencia de la familia de origen supone un importante cambio del centro
de atención, por lo que hay una serie de modelos asentados de terapia de pareja
que tienden a considerarlo como algo que se puede dejar para más tarde o
incluso ignorarlo en gran medida (JACOBSON y CHRISTENSEN, 1996; JOHNSON, 1996,
2004). Sin embargo, y por tentador que pueda ser, sobre todo cuando se trata de
una pareja que tiene prisa por “ponerse de acuerdo y cambiar las cosas”, puede
ser una trampa de graves consecuencias. Todos nos encontramos a menudo con
clientes que han acudido antes a otros terapeutas que nunca les han preguntado
por experiencias anteriores de su vida —y por lo tanto nunca les han hablado de
ellas—, que probablemente sean de suma importancia para comprender sus
problemas y síntomas actuales. El ejemplo más claro es el de los abusos
sexuales en la infancia y su posterior impacto en las relaciones adultas. Otros
ejemplos son los problemas anteriores de salud mental o de enfermedades físicas
graves, la experiencia de una pérdida traumática en la infancia o dificultades importantes
en la relación con el padre o la madre.
David
y Leanne estaban en sus cuarenta y tantos años, ambos con un trabajo exigente y
de responsabilidad. Llevaban casados unos 17 años y no tenían hijos. Les
preocupaba un ciclo repetido de discusiones que, con el tiempo, parecían
hacerse cada vez más prolongadas y agotadoras emocionalmente. Parte de las
creencias que compartían en su relación era que David se había criado en una
familia donde las relaciones eran difíciles, mientras que Leanne provenía de
una familia más “funcional” y sana. En consecuencia, David era el que tenía
problemas con la comunicación en su relación y necesitaba cambiar. Sin embargo,
al analizar la historia de la familia de origen de Leanne, se desveló que había
soportado una serie de experiencias dolorosas duraderas en su primera adolescencia,
que se había guardado para sí y con las que se debatía. Experiencias de acoso
en la escuela por ser una alumna brillante, de unos orígenes culturales
distintos y de hablar con acento extranjero. En su familia se sintió abandonada
ante su sentimiento de soledad, de ser distinta y su carencia de amigos. Sus
intentos de explicar a sus padres lo desdichada que se sentía se encontraban
con consejos que ella interpretaba como una crítica y con la ausencia de
comprensión empática. Dijo que nunca había hablado antes con David de esa época
de su vida, y no creía que hoy pudiera compartir con él todo el dolor que había
sufrido en aquellos tiempos; si lo hiciera, rompería a llorar, algo que para David
sería despreciable y una muestra de debilidad. Pero al cabo de un par de
sesiones conjuntas, se arriesgó a hablar de su experiencia con David, con lo
que vieron lo difícil que para ambos era mostrarse vulnerables por miedo al
ridículo en el caso de Leanne o al rechazo en el de David, algo que les fue de
mucha utilidad.
Así
pues, pensamos que obtener una pequeña reseña de la historia de la familia
de origen de ambos miembros de la pareja es un componente esencial del proceso
de evaluación en la terapia de pareja (CRAWLEY y GRANT, 2005).
Qué quiere cada uno
para el futuro de la relación
En
la segunda sesión conjunta, el proceso de evaluación debe concluir, de modo que
el terapeuta exponga lo que haya deducido de las historias que le han
contado y se abra un
diálogo sobre por dónde proseguir. ¿Hay que ir más allá de la fase
de evaluación y, de ser así, de qué forma? Se trata de un punto en el que hay
que esclarecer el compromiso de
las dos personas con la relación, individualmente y como
pareja, algo que es más fácil de abordar ahora, después de la charla reflexiva
que ha tenido lugar en las sesiones conjuntas e individuales anteriores.
En esta fase, es
frecuente que la pareja tenga sus propias preguntas. Lo habitual es que se
refieran a cuánto va a durar la terapia, a si las sesiones futuras serán
individuales o conjuntas y a qué pasos pueden dar ahora para preservar la
frágil salud de la relación. Hay que abordar estas preguntas con toda la sinceridad
posible, lo cual puede implicar que el terapeuta conteste que no lo sabe, si es
el caso.
Conclusión
La
tarea primordial del terapeuta de pareja es implicarse con la pareja para
iniciar el proceso de creación un “espacio seguro” en donde la persona
pueda hablar en presencia de la otra más abiertamente de lo que suele ser
capaz. En el proceso de evaluación hay que analizar cinco dimensiones importantes
del funcionamiento de la pareja que puede orientar al terapeuta en la
evaluación sistemática de ésta. Se concluye con la forma en que estructuramos
la fase de evaluación de la terapia de pareja. La base de todo ello es la convicción
de que lo más importante en la primera fase de trabajo con una pareja es que
sus dos miembros perciban que el terapeuta intenta comprenderlos a ambos y su experiencia
en la relación, y que lo hace con el objetivo de saber sin tomar partido por uno
u otro.
Bibliografía
Crawley, J., & Grant, J. (2008). Terapia de
pareja. El yo en la relación. Morata.
ATENCIÓN PSICOLÓGICA A NIÑOS, ADOLESCENTES, ADULTOS Y MAYORES
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