FOBIAS QUE MANTIENEN
LA DISOCIACIÓN
En
los manuales de clasificación de los trastornos mentales (DSM-V), las fobias se
han incluido en la categoría de los trastornos de ansiedad, y se ha dado por
hecho que se dirigían a estímulos externos (e.g., arañas, alturas, gérmenes,
fobia social) y que tenían un significado psicodinámico. Pero las fobias también
pueden afectar a fenómenos internos, acciones mentales tales como
determinados pensamientos, fantasías, sensaciones y recuerdos.
Los
psicólogos que trabajamos con personas crónicamente traumatizadas nos
encontramos que los pacientes suelen tener miedo tanto a acciones mentales como
a los estímulos externos que les recuerdan la experiencia traumática.
La
fobia nuclear en la disociación estructural de origen traumático consiste
en evitar sintetizar y tomar plena conciencia de la experiencia traumática
y sus efectos sobre la propia vida: la fobia a los recuerdos traumáticos.
Las estrategias de evitación conductual y mental que mantienen la disociación
estructural, son necesarias para eludir lo que se percibe como la consciencia
insoportable respecto de la propia identidad, la propia historia y el propio
sentido individual. Más adelante, de la fobia fundamental a los recuerdos
traumáticos se van derivando fobias adicionales.
Las
fobias tienen en común el miedo a (determinadas) acciones.
Las
fobias de origen traumático deben ser tratadas
en un orden específico, de modo que los pacientes puedan desarrollar
gradualmente la capacidad de emprender acciones adaptativas intencionadas y de
alta calidad, tanto mentales como conductuales; esto es, puedan acceder a
niveles superiores de eficiencia mental. Entonces podrán tolerar e integrar
experiencias (pasadas y presentes) cada vez más complejas y difíciles, y lograr
con ello una mejoría en la vida cotidiana.
Hay
que tener en cuenta que las personas traumatizadas suelen asociar un número cada
vez mayor de estímulos con la experiencia y los recuerdos traumáticos a través
de la generalización de estímulos. Este fenómeno llevaría a temer y evitar cada
vez más la vida interior y exterior.
Por
ejemplo, cuando en calidad de PAN las víctimas tienen recuerdos intrusivos traumáticos
y asocian esta intrusión aversiva con la PE, desarrollan una fobia a esta parte
disociativa de la personalidad (recuerdos intrusivos sobre el trato humillante
de mi padre hacia mí me llevan a tener fobia a mi parte infantil emocional asociada
a dichos recuerdos porque me genera mucho dolor, tristeza y sentimientos de
vacío, rechazo...). Por otro lado, esa parte emocional (PE) puede volverse
fóbica a la PAN cuando se percibe que dicha parte desatiende o perjudica (i.e.,
abandona o maltrata) a la PE de alguna forma. De hecho, las víctimas pueden
angustiarse y evitar cualquier acción mental, como tener determinados
sentimientos, sensaciones y pensamientos que están consciente o inconscientemente
asociados a la experiencia (o experiencias) traumática original. Así pues, la
mayoría de las víctimas presentan algún grado de fobia a las acciones mentales
relacionadas con el trauma (lo que antiguamente llamamos fobia a los contenidos
traumáticos.
La
fobia a las acciones mentales derivadas del trauma evoluciona a partir de la
fobia nuclear a los recuerdos traumáticos, e incluye miedo, asco o vergüenza
en relación con acciones mentales que la víctima ha asociado a los recuerdos
traumáticos. En la medida en que su vida interior les dé miedo, los pacientes
no pueden integrar sus experiencias internas, de manera que prosigue la
disociación estructural.
La fobia al apego y
a la pérdida del apego se desarrollan fácilmente porque las personas crónicamente
traumatizadas han sido heridas por otros seres humanos, sobre todo por sus
cuidadores. En razón de ello, el apego es vivido como algo peligroso, pero
también obviamente como algo necesario.
La
fobia al apego suele venir paradójicamente acompañada de una fobia igualmente
intensa a perder el apego. Ello se manifiesta a través de
sentimientos y conductas desesperadas que motivan al individuo a entrar
en contacto con otra persona a toda costa. Lo característico es que
diferentes partes de la personalidad vivencien estas fobias opuestas. Se
activan mutuamente en una suerte de círculo vicioso, con la percepción
de un cambio en la cercanía o la distancia dentro de una relación, derivando en
el conocido modelo “borderline” de “Te odio-no me dejes”, descrito
más recientemente como apego desorganizado/desorientado.
Otra
muestra de la generalización es la fobia a la vida normal. Dado que la vida
normal implica cuanto menos un nivel elemental de riesgo y cambio sanos, muchas
experiencias de la vida normal también se evitan decididamente. Finalmente, los
niveles más maduros de vinculación, tales como la intimidad, se evitan en razón
de la abundancia de fobias relacionadas con el apego y con las acciones
mentales derivadas del trauma que se han convertido en estímulos condicionados,
dado que la mayoría de las traumatizaciones crónicas son de naturaleza
interpersonal [relacional].
Bibliografía
Van Der Hart, O., Nijenhuis, E. R., & Steele, K.
(s.f.). El yo atormentado.
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