La personalidad es
una organización compleja de cogniciones, emociones y conductas que da
orientaciones y pautas (coherencia) a la vida de una persona. Como el cuerpo,
la personalidad está integrada tanto por estructuras como por procesos y
refleja tanto la naturaleza (genes) como el aprendizaje (experiencia). Además,
la personalidad engloba los efectos del pasado, incluyendo los recuerdos del
pasado, así como construcciones del presente y del futuro (Pervin, 1998).
Aspectos importantes
a considerar:
1)
El estudio de las diferencias individuales sería
sólo una parte del campo de la personalidad, siendo su verdadero objetivo el
análisis de la organización de las partes de la persona en su sistema de
funcionamiento total
2)
Es central la organización (interrelaciones) de
la cognición, las emociones y la conducta
3)
Es necesario incluir una dimensión temporal, ya que,
aunque la personalidad sólo pueda operar en el presente, el pasado ejerce una
influencia en el momento actual a través de los recuerdos y de las estructuras
resultantes de la propia evolución, y el futuro ejerce una influencia en el
presente a través de las expectativas y las metas que se plantea alcanzar el
individuo.
La personalidad incluye características y estilos
relativamente estables. Visto desde fuera, todos preferimos que las personas
con las que nos relacionamos tengan un comportamiento relativamente estable a
lo largo del tiempo y de las situaciones, porque nos permite predecir sus
reacciones y adaptar nuestra conducta. Y visto desde dentro, todos deseamos
tener cierto sentido de coherencia con respecto a nosotros mismos. En este
sentido, un determinado nivel de estabilidad en la personalidad no sólo es
inevitable, sino bastante deseable (Heatherton y Nichols, 1994).
Por otra parte, a lo largo de nuestras vidas nos encontramos
con contextos sociales y etapas propias del desarrollo que podrían afectar a
nuestra personalidad. Se hace necesaria, entonces, la posibilidad de cambio, ya
que favorece la adaptación a las demandas situacionales y culturales, y en
definitiva, un adecuado funcionamiento psicológico. De ahí que deseemos que la
personalidad cambie cuando la misma tiene efectos negativos para las relaciones
interpersonales, la salud física o psicológica, o para el funcionamiento de la
sociedad.
Puede decirse (Clonninger, 2009) que la personalidad de un
individuo empieza con componentes biológicos innatos, algunos compartidos con
otras personas y otros más distintivos fruto de la propia herencia o de otras
influencias; que a lo largo de la vida, estas tendencias innatas se van
canalizando por la influencia de múltiples factores, como la familia, la
cultura u otras experiencias; y que la personalidad vendría constituida por el
patrón resultante de conductas, cogniciones y patrones emocionales.
La personalidad hace referencia a la forma de pensar,
percibir o sentir de un individuo, que constituye su auténtica identidad, y que
está integrada por elementos de carácter más estable (rasgos) y elementos
cognitivos, motivacionales y afectivos vinculados con la situación y las influencias socioculturales,
y por tanto, más cambiables y adaptables
a las peculiares características del entorno, que determinan, en una continua
interrelación e interdependencia, la conducta del individuo, tanto lo que podemos
observar desde fuera (conducta
manifiesta), como los nuevos productos cognitivos, motivacionales o
afectivos (conducta privada e interna),
que entrará en juego en la determinación de la conducta futura (cambios en expectativas, creencias, metas,
estrategias, valoración de las situaciones...)
Bibliografía
Bermúdez, J., Pérez, A. M., Ruiz, J. A., Sanjuán, P.,
& Rueda, B. (2011). Psicología de la personalidad. Madrid: UNED.
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