La felicidad posee un marcado componente subjetivo, que hace
que cada uno de nosotros la busquemos en veredas particulares. Sin duda, la
dicha de las personas no está sujeta a una serie de estímulos, situaciones o
circunstancias comunes y objetivas para todas las personas. Incluso, a veces,
estos derroteros personales resultan tan singulares que son valorados por los
demás como afectivamente estériles o de escasa rentabilidad en cuanto a
bienestar subjetivo que puedan reportar. No obstante, aun así, podemos
encontrar un factor común en todas las personas, ya que tanto unos como otros nos sentimos felices cuando alcanzamos
cualquiera de las metas que nos hemos marcado en nuestra vida en
particular; es decir, el éxito en el desarrollo de nuestro “plan de vida”, los
logros personales, conseguir los fines anhelados, son contingencias que, por lo
común, nos conducen a estados de felicidad más o menos intensos. Pero, además,
la felicidad, también surge del grado de
coherencia entre el estado en el que nos hallamos y aquel que deseamos, entre
la realidad y nuestras expectativas. Finalmente, como seres sociales que somos,
nuestra felicidad también está en parte determinada por:
·
Criterios
normativos
·
La interacción
con otras personas
·
La comparación
con los otros
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