LA TEORÍA DE LA MENTE
En una
etapa
temprana es cuando los bebés forman las fronteras del ego: «Existe
un “yo”, separado de todos los demás». La falta de fronteras del ego se
puede ver en los bebés que no lo tienen tan claro, cuando, por ejemplo, finalizan
lo que mami ha empezado —ella se hace un corte en el dedo, y el bebé se queja
porque le duele el dedo—.
Luego
viene la fase en la que te das cuenta de que otros individuos tienen una
información diferente a la que tú tienes. Los bebés de nueve meses miran hacia
donde alguien señala (lo mismo que otros simios y también los perros), sabiendo
que el que señala tiene una información que ellos no poseen. Esto está impulsado
por la motivación: ¿dónde está ese juguete?, ¿hacia dónde está mirando?
Los niños más mayores comprenden de una
forma más amplia que otras personas tienen pensamientos, creencias y conocimientos
diferentes a los suyos, la demostración de haber alcanzado la teoría de la
mente (ToM)
Así es
como se comporta alguien que no ha alcanzado la ToM. Un niño de dos años y un
adulto ven una galleta que está dentro de la caja A. El adulto se va, y el
investigador cambia la galleta a la caja B. A continuación, le pregunta al
niño: «Cuando esa persona regrese, ¿en dónde buscará la galleta?». En la caja B
—el niño sabe que está allí y que por lo tanto todo el mundo lo sabe—.
Un
niño de más o menos tres o cuatro años, puede razonar así: «Pensará que está en
A, a pesar de que yo sé que está en B».
Dominar
esos exámenes de «falsa creencia» es un momento importante del
desarrollo. La ToM luego progresa hacia una perspicacia más sofisticada —p.
ej., pillar la ironía, tomar otra perspectiva o una ToM secundaria (comprender
la ToM de la persona A sobre la persona B)—.
Varias
regiones corticales median en la ToM: partes de la CPF medial, el precúneo, el surco temporal
superior y la unión temporoparietal (TPJ).
Esto
se puede ver con las neuroimágenes; por los déficits en la ToM si estas regiones
están dañadas (individuos autistas, que tienen una ToM limitada, tienen
menos materia gris y menos actividad en el surco temporal superior); y por
el hecho de que, si se inactiva temporalmente la TPJ, la gente no tiene en consideración
las intenciones de alguien cuando lo juzga moralmente.
Por lo
tanto, hay etapas en las que se mira fijamente a los ojos, a las que le siguen
la ToM primaria, luego la ToM secundaria, luego la toma de perspectiva, estando
la velocidad de las transiciones influida por la experiencia (p. ej.,
los niños con hermanos o hermanas mayores alcanzan la ToM antes que la
media)
La ToM
nos lleva hasta el siguiente paso: las personas pueden tener sentimientos
diferentes a los míos, incluso dolorosos. Ser consciente de esto no es
suficiente para sentir empatía. Después de todo, los sociópatas,
quienes carecen patológicamente de empatía, utilizan una excelente ToM para estar
tres pasos manipulativos y despiadados por delante de los demás.
Tampoco
es estrictamente necesario para la empatía el ser consciente de esto, ya
que los niños demasiado jóvenes para la ToM muestran rudimentos de lo que sería
sentir el dolor de otra persona —un bebé mayor intentará consolar a alguien que
está fingiendo que llora, ofreciéndole su chupete (y decimos que la empatía es
rudimentaria porque ese bebé no puede imaginar que alguien se consuele
con otras cosas que no sean las que le tranquilizan a él)—. Sí, muy
rudimentario. Puede que el bebé sienta una profunda empatía. O puede que solo
esté angustiado por el llanto e intente, por su propio interés, calmar al
adulto.
La
capacidad de los niños respecto a la empatía progresa desde el sentir el
dolor de alguien porque tú eres él, a sentirlo por la otra persona, sentirse
como ellos.
La
neurobiología de la empatía infantil es bastante lógica. En los adultos la corteza cingulada
anterior se activa cuando ven que alguien se lastima. Lo mismo se
puede decir para la amígdala y la ínsula, especialmente en los casos de daño
deliberado —se produce ira e indignación—. También participan determinadas regiones de la CPF, incluyendo
la CPFvm (emocional). El observar el daño físico (p. ej., un dedo que
sufre el pinchazo de una aguja) produce un patrón concreto, indirecto; se produce
una activación de la sustancia gris periacueductal (SGPA), una región
fundamental para la percepción de tu propio dolor, en partes de la corteza sensorial que reciben
la sensación de tus propios dedos, y en las neuronas motoras que dan la
orden a tus propios dedos de que se muevan.Contraes tus dedos.
Hallazgos
de Jean Decety, de la Universidad de Chicago:
·
Cuando un niño de siete años ve que alguien
siente dolor, la activación es mucho mayor en regiones muy concretas —la SPGA y
las cortezas sensorial y motora—, estando la actividad de la SPGA acoplada con
una mínima activación de la CPFvm.
·
En niños mayores, la CPFvm está acompañada de una
mayor actividad de las estructuras límbicas.
·
En la adolescencia, la activación mucho más
fuerte de la CPFvm está acoplada a regiones de la ToM. ¿Qué está sucediendo? La
empatía está cambiando desde el mundo concreto de «Su dedo debe dolerle, de
repente soy consciente de mi propio dedo» hacia centrarme en mis emociones y
experiencias gracias a la ToM.
La empatía de los
niños más jóvenes no distingue entre el daño deliberado y el involuntario, o
entre dañar a una persona o a un objeto. Esas distinciones surgen con la edad,
alrededor del momento en que la intervención de la SGPA en las respuestas
empáticas disminuye y se produce una mayor participación de la CPFvm y de las
regiones encargadas de la ToM; además, el daño deliberado activa ahora la
amígdala y la ínsula —la ira y la indignación hacia el responsable de la
acción—.
Esto
también es así cuando los niños distinguen por primera vez entre el dolor
autoinfligido y el causado a los demás.
Cuando
los niños tienen alrededor de siete años, ya expresan su empatía.
De los diez a los doce años, la empatía es más generalizada
y abstracta —empatía hacia «los pobres», en lugar de dirigida a un
individuo (desventaja: también es en esta época cuando los niños crean estereotipos
negativos de categorías de personas)—. También hay indicios de la
existencia de un sentido de justicia.
Los
preescolares tienden a ser igualitarios (p. ej., es mejor
que el amigo coja una galleta cuando yo lo hago). Pero antes de que nos
dejemos llevar por la generosidad de la juventud, en esa época ya se
produce una preferencia hacia el grupo propio; si el otro niño es un
extraño, el igualitarismo es menor.
También
existe una tendencia creciente en los niños a responder ante una injusticia,
cuando alguien ha sido tratado injustamente. Pero una vez más, antes de
dejarnos llevar por la emoción de este gesto, hay que señalar que también viene
acompañado de una preferencia. Entre los cuatro y los seis años, los niños de culturas de
todo el mundo responden de forma negativa cuando ellos son quienes no
son tratados con justicia. No es hasta que tienen entre ocho y diez años que los
niños responden negativamente cuando otra persona es tratada
injustamente. Además, existe una considerable variabilidad transcultural
en lo que respecta a la edad en que aparece esta etapa. El sentido de
justicia en los niños más pequeños es muy egoísta.
Poco
después de que los niños empiezan a responder negativamente cuando otra persona
es tratada injustamente, empiezan también a intentar rectificar desigualdades
previas («Debería recibir más ahora porque antes recibió menos»). En la
preadolescencia, el igualitarismo da lugar a la aceptación de la
desigualdad debida al mérito, el esfuerzo o por un bien mayor («Ella
debería jugar más que él porque es o trabaja mejor y eso es más importante para
el equipo»). Algunos niños incluso manejan el autosacrificio por un bien mayor
(«Ella debería jugar más que yo, es mejor jugadora»).
En la adolescencia, los
chicos tienden a aceptar la desigualdad más que las chicas, por motivos
funcionales. Y ambos sexos consienten la desigualdad como convención social
—«No se puede hacer nada; así son las cosas»—.
Bibliografía
R., S. (2017). Compórtate.
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