Las consecuencias negativas tras haber pasado
por una situación de acoso psicológico son dramáticas. Las víctimas tras haber
sido reducidas por su agresor a la posición de objeto, una vez separadas del
agresor, sus recuerdos y los nuevos acontecimientos adoptan un nuevo sentido
ligado a la experiencia vivida.
Al principio, el alejamiento físico de su
agresor constituye una liberación: “¡Por fin puedo respirar!”. Una vez
transcurrida la fase de choque, reaparecen el interés por el trabajo o por las
actividades propias del tiempo libre, la curiosidad por el mundo o por la
gente, y todas aquellas cosas que la dependencia había bloqueado.
Dificultades que se pueden dar tras la separación
1) Algunas
personas superan la situación sin más secuela psíquica que la de un mal
recuerdo que se domina con facilidad. Éste es el caso de la mayoría de los
acosos extrafamiliares de corta duración.
2) La
mayoría de las veces, las ex víctimas pasan por situaciones desagradables de
reminiscencia de la situación traumática, y lo acepta.
Los intentos de olvidar producen a menudo la
aparición de trastornos psíquicos o somáticos retardados, como si el
sufrimiento hubiera permanecido en el psiquismo como un cuerpo extraño, a la
vez activo e inaccesible.
La experiencia de la violencia puede dejar
rastros benignos que son compatibles con la persecución de una vida social
prácticamente normal. Las víctimas parecen psíquicamente indemnes, pero
persisten en ellas síntomas menos específicos que son como un intento de eludir
la agresión padecida. Esto síntomas pueden ser:
·
Ansiedad generalizada
·
Fatiga crónica
·
Insomnio
·
Dolores de cabeza
·
Dolores múltiples
·
Trastornos psicosomáticos
(hipertensión arterial, eccema, úlcera gastroduodenal...)
·
Conductas de dependencia como
la bulimia, el alcoholismo o la toxicomanía (las más frecuentes)
Cuando las personas consultan a su médico de
cabecera, suelen solicitarle la prescripción de un medicamento sintomático o de
un ansiolítico. No establecen ningún vínculo -las víctimas no hablan de ello-
entre la violencia que padecieron y los trastornos que presentan en ese
momento.
Por otro lado, puede darse lo que se ha
interpretado como una violencia
transmitida. Las víctimas pueden quejarse a posteriori de su propia e
incontrolable agresividad la cual puede ser una secuela de la época en que no
se podían defender.
Otras víctimas pueden desarrollar toda una
serie de síntomas que se aproximan a la definición del estrés postraumático. No es habitual hablar de estrés postraumático
en el caso de las víctimas de perversión moral, pues esta denominación se
reserva para las personas que han afrontado un acontecimiento en el que la
seguridad física o la de un compañero se vieron amenazadas. Sin embargo, las
personas amenazadas, acosadas o difamadas son víctimas psíquicas (Le Crocq,
1994). Igual que las víctimas de guerra, se las ha colocado en un “estado de
sitio” virtual que las ha obligado a permanecer
constantemente a la defensiva (Hirigoyen, 1999).
Las agresiones y las humillaciones se inscriben
en la memoria y se vuelven a vivir a través de imágenes, pensamientos y
emociones intensas y repetitivas, ya sea durante el día -mediante impresiones bruscas de inminencia de una
situación idéntica-, ya sea por la noche, cuando provocan insomnio o pesadillas.
Las víctimas necesitan hablar de los
acontecimientos que las traumatizaron, pero la evocación del pasado produce
manifestaciones psicosomáticas equivalentes al miedo. Así, presentan trastornos
de memoria o de concentración. A veces, pierden
el apetito o, al contrario, adoptan conductas
bulímicas y aumentan el consumo de alcohol o de tabaco.
A largo plazo, las víctimas llevan a cabo
conductas de evitación debido al miedo a enfrentarse con el agresor y al
recuerdo de la situación traumática. Se trata de estrategias para no pensar en
el acontecimiento que genera estrés y para evitar todo lo que pueda evocar ese recuerdo
doloroso. Estas conductas de evitación pueden reducir el interés por
determinadas actividades que en otro tiempo fueron importantes, y genera
asimismo una restricción de los afectos. Al mismo tiempo, persisten signos
neurovegetativos tales como trastornos del sueño e hipervigilancia.
Casi todas las víctimas de acoso moral
describen este tipo de reminiscencias dolorosas; algunas consiguen desprenderse
de ellas al concentrarse en actividades exteriores, profesionales o benéficas.
Con el tiempo la experiencia vivida no se
olvida, pero se puede participar cada vez menos en ella. Diez o veinte años más
tarde, las víctimas pueden seguir teniendo una sensación de angustia ante
determinadas imágenes de su agresor. Aun cuando hayan logrado una vida plena,
su recuerdo todavía puede traer consigo un sufrimiento fulgurante. Todo lo que
evoque, de cerca o de lejos, lo que han padecido las hará huir, pues el trauma
ha desarrollado en ella una capacidad para identificar, mejor que otras
personas, los elementos perversos de una relación.
Respecto al acoso en la empresa, la importancia
de las consecuencias a largo plazo sólo se suele percibir cuando, tras una
larga baja, parecen encontrarse mejor y se les sugiere que vuelvan al trabajo.
De esta manera, vuelven de nuevo los síntomas: angustia, insomnio...entrando en
un círculo vicioso que lo puede conducir al desempleo: recaída, nueva baja,
vuelta al trabajo, recaída...
¿Qué pasa cuando las víctimas no consiguen desembarazarse del
dominio?
Cuando no consiguen desembarazarse del dominio,
su vida puede quedar detenida en el trauma:
·
Su vitalidad se embota
·
Su alegría desaparece
·
Las iniciativas personales se
vuelven imposibles
·
La pena de haber sido
abandonadas, engañadas y ridiculizadas las paraliza.
·
Se vuelven agrias,
susceptibles e irritables
·
Se encierran en un registro de
retiro social y de rumias amargas.
·
Se ponen pesadas y sus
allegados las soportan mal: “Ésta es una vieja historia; deberías pensar en
otra cosa”.
Tanto en la familia como en las empresas, las
víctimas no reclaman venganza casi nunca. Ante todo piden que se reconozca todo
lo que han aguantado, aunque una injusticia no se pueda reparar nunca
completamente.
En la empresa, la reparación supone una
indemnización económica que, de todas formas, no alcanza a compensar el
sufrimiento padecido. Es inútil esperar remordimientos o arrepentimientos de un
agresor realmente perverso. El sufrimiento de los demás no tiene ninguna
importancia para él. Si se produce un arrepentimiento proviene siempre de
terceras personas: de las que fueron testigos mudos o de las que fueron
cómplices de la agresión. Sólo ellas pueden expresar su pesar y, con ello,
devolverle su dignidad a la persona a la que se ridiculizó injustamente.
Referencias bibliográficas
M.F., H. (1999). El acoso moral. El maltrato
psicológico en la vida cotidiana. Barcelona.
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