La
hostilidad no tiene unos desencadenantes concretos y universales. Al igual que
la ansiedad, el desencadenante es el proceso de estrés que es quien detecta
cambios en las condiciones ambientales y si detecta condiciones aversivas por
parte de los otros, se activa la hostilidad.
Se han
detectado situaciones que podrían llegar a provocar directamente la hostilidad,
situaciones en las que se produce violencia física, situaciones en las que
percibimos o atribuimos a otras personas actitudes de irritabilidad, de
negativismo, de resentimiento, de recelo o de sospecha hacia nosotros o hacia
personas queridas de nuestro entorno. La hostilidad se desencadena cuando nos
sentimos objeto de hostilidad de otras personas.
La hostilidad
implica la percepción de los demás como
una fuente frecuente de provocación, maltrato y frustración, asumiendo como
resultado la creencia de que los otros no merecen la confianza ni el respeto.
Estos antecedentes
son anticipatorios, más o menos reales de estímulos amenazantes, se percibe o
atribuye a otras personas una serie de actitudes, y ello desencadena la actitud
hostil.
Al
margen de los antecedentes citados, hay una serie de hechos más particulares
que pueden provocar una actitud hostil, entre ellos:
·
El
dolor intenso
·
La temperatura
displacentera (frío o calor)
Referencia bibliográfica
Fernández, E., García, B., Jiménez, M. P., Martín, M.
D., & Domínguez, F. J. (2011). Psicología de la Emoción. Madrid:
Universitaria Ramón Areces.
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