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Psicóloga María Jesús Suárez Duque HABILIDADES SOCIALES: Mito 5: Poner límites significa que estoy enojado

 


 Mito 5: Poner límites significa que estoy enojado

 Brenda por fin había juntado el coraje para decirle a su jefe que si no le pagaba horas extra, no iba a trabajar más los fines de semana. Había solicitado una reunión, y le había ido bien. Su jefe había sido comprensivo, y la situación estaba siendo solucionada. Todo había salido bien, excepto por dentro. Comenzó de manera bastante inocua. Brenda había listado los puntos con respecto a su situación laboral y había presentado sus puntos de vista y sugerencias. Pero por la mitad de su presentación, había sido sorprendida por una sensación de rabia gestándose por dentro. Sus sentimientos de ira e injusticia habían sido difíciles de disimular. Se le habían colado en un par de comentarios sarcásticos sobre «el golf de los viernes» de su jefe; comentarios que Brenda no había tenido la más mínima intención de hacer. Sentada en su escritorio, Brenda estaba confundida. ¿De dónde había salido tanta ira? ¿Era ella «esa clase de persona»? Posiblemente la culpa fuera de esos límites que había estado poniendo. Es un secreto a voces que muchas veces cuando las personas comienzan a decir la verdad, a poner límites, a asumir responsabilidad, un «nubarrón de enojo» se cierne sobre ellas por un tiempo. Se vuelven muy susceptibles y fácilmente se ofenden; descubren que pierden los estribos con tanta facilidad que las asusta. Sus amistades comentan: «Ya no eres la persona amable y agradable que conocíamos.» La culpa y la vergüenza que estos comentarios generan los pueden confundir aún más. ¿Acaso los límites generan ira? De ningún modo. Este mito es una interpretación equivocada de las emociones en general, y de la ira en particular. Las emociones, o los sentimientos, cumplen una función. Nos dicen algo. Son una señal. Nuestras emociones «negativas» nos dicen cosas: el temor nos advierte del peligro, nos dice que debemos tener cuidado; la tristeza nos dice que hemos perdido algo, una relación, una oportunidad, una idea. La ira también es una señal. Como el temor, la ira nos advierte del peligro. Sin embargo, en lugar de estimularnos a retirarnos, la ira nos indica que debemos avanzar para enfrentar la amenaza. La rabia de Jesús cuando el templo fue profanado es un ejemplo de cómo opera este sentimiento (Juan 2:13-17). La ira nos advierte que se han violado nuestros límites. Funciona como los radares del sistema de defensa de una nación: son un «sistema de alerta temprana», que nos advierte del peligro de ser heridos o controlados. «¡Por eso es que siento tanta hostilidad hacia los vendedores insistentes!» exclamó Carl. No podía entender por qué le costaba tanto amar a los vendedores que no aceptaban que les dijera que no. Querían invadir sus límites financieros, y la ira de Carl sencillamente estaba cumpliendo su tarea. La ira también nos da un sentido de poder para solucionar los problemas. Nos proporciona la energía para proteger nuestra persona, a nuestros seres queridos y a nuestros principios. De hecho, una ilustración muy común del Antiguo Testamento es comparar una persona con ira a alguien que «resopla por la nariz».1 Imagínese un toro en el ruedo, resoplando y dando patadas, acumulando fuerzas para atacar, y lo entenderá. Sin embargo, al igual que con todas las emociones, la ira no tiene sentido de la oportunidad. La ira no se desvanece automáticamente si el peligro pasó hace dos minutos, ¡o hace veinte años! Debe ser procesada debidamente. De lo contrario, la ira seguirá latente. Eso explica por qué las personas cuyos límites han sido lesionados se sienten espantadas de la rabia que sienten en su fuero interno cuando comienzan a poner límites. No se trata de «ira nueva», más bien es «ira vieja». Son años de «no» nunca articulados, nunca respetados, nunca atendidos. La protesta contra toda la maldad y violación de nuestras almas está latente dentro de nosotros, esperando poder decir su verdad. La Escritura nos dice que la tierra tiembla cuando «el siervo llega a ser rey» (Proverbios 30:22). La única diferencia entre el siervo y el rey es que uno no tiene ninguna opción y el otro tiene disponibles todas las opciones. Cuando se le entrega de pronto mucho poder a una persona que estuvo toda su vida cautiva, se convierte en un tirano furioso. Años de violaciones continuas a los límites generan mucha ira. Es muy común que las personas cuyos límites han sido lastimados se «pongan al día» con su ira. Necesitan tiempo para examinar pasadas violaciones a sus límites de las que nunca se habían dado cuenta. La familia de Nathan era la familia perfecta del pequeño pueblo. Sus compañeros lo envidiaban, y le decían: «Tienes suerte de tener padres tan cariñosos —a los míos poco les importa lo que hago.» Sintiendo una gratitud enorme por su familia tan unida, Nathan nunca notó que su familia controlaba muy cuidadosamente las diferencias y desavenencias. Nunca nadie realmente estaba en desacuerdo o defendía sus valores o sentimientos. «Siempre pensé que el conflicto era una pérdida del amor» decía. No fue hasta que el matrimonio de Nathan comenzó a deteriorarse, que él comenzó a cuestionarse su pasado. Bastante ingenuo, se había casado con una mujer que lo manipulaba y lo controlaba. Después de varios años de casado, se dio cuenta que tenía serios problemas. Pero para su sorpresa, no estaba solo enojado consigo mismo por haberse metido en ese lío, sino que también estaba enojado con sus padres por no darle los instrumentos que le hubieran servido para vivir mejor. Como verdaderamente amaba la calidez de su familia, donde se crió, Nathan se sentía culpable y desleal cuando recordaba cómo sus intentos por separarse de sus padres y fijar sus propios límites fueron constantes y cariñosamente frustrados. Mamá lloraba porque discutía todo. Papá le decía a Nathan que no le causara disgustos a su madre. Y los límites de Nathan permanecieron inmaduros e inútiles. Cuanto más apreciaba el precio que ahora debía pagar, más rabia sentía. «Hice mis propias opciones en la vida» dijo. «Pero mi vida hubiera sido mucho mejor si me hubiesen enseñado a decir que no a la gente». ¿ Nathan se enojó con sus padres para siempre? No, y tampoco debiera usted. A medida que afloren los sentimientos hostiles, tráigalos a la relación. Confiéselos. La Biblia nos dice que, para ser sanados, debemos admitir nuestras limitaciones (Santiago 5:16). Experimente la gracia de Dios a través de quienes lo aman durante su ira. Es el primer paso para superar la ira pasada. El segundo paso es reparar el alma. Asuma la responsabilidad de sanar los «tesoros» que pueden haber sido violados. En el caso de Nathan, su sentido de autonomía y seguridad personal habían sido muy lesionados. Tuvo que practicar por mucho tiempo para recuperar esos sentidos en sus relaciones primarias. Pero a medida que se iba sanando, menos ira sentía. Por último, el desarrollo de un sentido de límites bíblicos, aumentará su seguridad presente; aumentará su confianza. El temor a otras personas lo esclavizará menos. En el caso de Nathan: puso mejores límites con su esposa, y su matrimonio mejoró. En la medida que desarrolle mejores límites, tendrá menos necesidad de ira. Se debe a que, en muchos casos, la ira era el único límite que tenía. Una vez que cuenta con su «no» intacto, no tiene más necesidad de esta «alerta de ira». Puede ver cuando se aproxima el mal y sus límites le permiten evitarlo. No tema la ira que descubre al comenzar el desarrollo de sus límites. Son los antecedentes del alma protestando. Estos antecedentes deben ser revelados, comprendidos y amados por Dios y los demás. Después, asuma la responsabilidad de sanarlos y desarrollar mejores límites. Los límites disminuyen la ira Un importante corolario sobre la ira: cuanto más bíblicos sean nuestros límites, ¡menos ira experimentaremos! Los individuos con límites maduros son las personas menos enojadas del mundo. Mientras que los que recién comienzan a trabajar con los límites ven aumentar su ira, esta desaparece cuando los límites crecen y se desarrollan. ¿Cuál es el motivo? Recuerden que la ira funciona como un «sistema de alerta temprana». La sentimos cuando nuestros límites son violados. Si podemos evitar la violación de los límites, la ira es innecesaria. Usted tendrá más control sobre su vida y sus valores. Tina estaba resentida porque su esposo llegaba todas las noches cuarenta y cinco minutos tarde para la cena. Le daba mucho trabajo mantener la comida caliente, los niños estaban irritables y con hambre, y el horario para el estudio se desbarataba. Las cosas cambiaron, sin embargo, cuando comenzó a servir la cena a su hora, estuviera o no su esposo. Cuando él llegaba a casa tenía que recalentarse las sobras congeladas y comerlas solo. Tres o cuatro de estas «sesiones» fueron suficientes para que el marido de Tina saliera del trabajo más temprano. Los límites de Tina (comer con los niños a su hora) la ayudaron a no sentirse violada ni víctima. Satisfizo sus necesidades, las necesidades de sus hijos, y dejó de enojarse. El viejo dicho: «No se enfaden. Hagan un ajuste de cuentas» no es correcto. Es mejor decir: «No se enfaden. ¡Pongan un límite!


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