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Psicóloga María Jesús Suárez Duque HABILIDADES SOCIALES: Ley la envidia

 

 

Octava ley: La envidia

Todos tenemos un componente de envidia en nuestra personalidad. Pero este pecado tiene un carácter muy destructivo porque garantiza que nunca obtendremos lo que deseamos y perpetúa la insaciabilidad y la insatisfacción. No quiere decir que esté mal desear cosas que no tenemos. Dios ha dicho que cumplirá los deseos de nuestro corazón. El problema de la envidia es que dirige nuestra mirada a los demás, fuera de nuestros límites. Si nos concentramos en lo que otros tienen o han logrado, estamos descuidando nuestras responsabilidades y acabaremos con un corazón vacío

La envidia es un ciclo que se perpetúa automáticamente. Las personas sin límites se siente vacías e insatisfechas. Observan el sentido de satisfacción en otros y sienten envidia. Deberían usar ese tiempo y esa energía en asumir la responsabilidad de sus limitaciones y hacer algo al respecto. La única salida es la acción. «No tienen porque no piden.» Y la Biblia agrega: «Porque no trabajan.» No solo envidiamos las posesiones y los logros. Podemos envidiar el carácter de una persona y su personalidad, en lugar de cultivar los dones que Dios nos ha dado (Romanos 12:6). Considere las siguientes situaciones: Una persona solitaria vive aislada y envidia las relaciones íntimas de los demás. Una mujer soltera rehuye la vida social, y envidia los matrimonios y familias de sus amigas. Una mujer de mediana edad siente que no progresa en su carrera y quiere dedicarse a algo que disfrute más; sin embargo, siempre tiene un «sí, pero… » para explicar por qué no puede, está resentida y envidia a los que «sí lo hacen». Una persona elige vivir con rectitud, pero siente resentimiento y envidia hacia «esos que sí se divierten». Todas estas personas no reconocen sus propias conductas (Gálatas 6:4) y se comparan con los demás, están estancadas y resentidas. 

Aprecie la diferencia entre esas afirmaciones y las siguientes: 

·      Una persona solitaria reconoce su falta de relaciones y se pregunta a sí mismo y a Dios: «Me pregunto por qué siempre rehuyo la gente. Por lo menos, debería ir y hablar con un consejero sobre esto. Incluso si las situaciones sociales me atemorizan, podría buscar ayuda. Nadie debería vivir así. Llamaré a alguien.» 

·      La mujer soltera se pregunta: «¿Por qué nadie me invita, o porque nadie quiere salir conmigo? ¿Qué estoy haciendo mal, o cómo me comunico, o dónde voy a encontrarme con gente? ¿Cómo puedo ser una persona más interesante? Podría unirme a un grupo de terapia y descubrir el porqué o podría suscribirme a un servicio de citas para encontrar personas con intereses similares a los míos.» 

·      La mujer de mediana edad se pregunta: «¿Por qué soy tan reacia a hacer lo que me interesa? ¿Por qué me siento egoísta cuando quiero dejar mi trabajo para hacer algo que disfrute más? ¿A qué le tengo miedo? Si fuera verdaderamente sincera, debo admitir que quienes hacen lo que les gusta han tenido que arriesgarse y a veces trabajar y estudiar para cambiar de ocupación. Quizá solo es que yo no estoy dispuesta a hacer tanto.» 

·      La persona recta se pregunta: «¿Si realmente “opté” por amar y servir a Dios, por qué me siento como un esclavo? ¿Qué está mal en mi vida espiritual? ¿Qué tengo que envidio a los que viven en los barrios bajos? 

Estas personas se cuestionan a sí mismas en vez de envidiar a lo demás. La envidia debería ser siempre una señal para usted de que le falta algo. En ese momento, debería pedirle a Dios que lo ayude a comprender por lo que se resiente, por qué no tiene lo que envidia, y si verdaderamente lo desea. Pídale que le muestre lo que necesita hacer para conseguirlo, o para dejar de desearlo.


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