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Psicóloga María Jesús Suárez Duque HABILIDADES SOCIALES: Ley del respeto

 

 Cuarta ley: El respeto

Hay una palabra que se repite cuando la gente describe sus problemas con los límites: ellos:

 «Pero ellos no me aceptarán si digo que no.» «Pero ellos se enojarán si pongo límites.» «Pero ellos no me hablarán por una semana si les digo cómo me siento realmente.» 

Nos atemoriza pensar que nuestros límites no serán respetados. Nos enfocamos en los otros y perdemos lucidez sobre nosotros. En ocasiones el problema es que juzgamos los límites ajenos. Decimos o pensamos algo así: 

«¿Cómo pudo rehusarse a pasar y recogerme? ¡Si le queda de camino! Podría encontrar “un rato para él” en otro momento.» «Qué egoísta no haber venido a la comida. Después de todo, todos estamos haciendo un sacrificio.» «¿Por qué “no”? Solo necesito el dinero por un corto tiempo.» «Me parece que después de todo lo que hago por ti, lo menos que podrías hacer es hacerme este pequeño favor.» 

Juzgamos las decisiones que los demás hacen sobre los límites, creyendo que nosotros sabemos mejor cómo «deberían» dar, lo que suele querer decir: «¡Deberían darme como yo quiero!» Pero la Biblia nos dice que como juzguemos seremos juzgados (Mateo 7:1-2). Si juzgamos los límites ajenos, los nuestros serán juzgados con la misma vara. Si condenamos los límites ajenos, esperemos que condenen los nuestros. Esto genera un ciclo de temor que nos hace sentir miedo de poner los límites que necesitamos poner. Como resultado, accedemos, luego lo resentimos, y el «amor» que hemos «dado» se torna agrio. Aquí entra en juego la ley del respeto. Como dijo Jesús: «Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes» (Mateo 7:12). Debemos respetar los límites ajenosNecesitamos amar los límites ajenos para exigir respeto por los propios. Necesitamos tratar los límites ajenos como nos gustaría que los demás trataran a los nuestros. Si amamos y respetamos a quienes nos dicen que no, ellos amarán y respetarán nuestro no. La libertad engendra libertad. Si caminamos en el Espíritu, les damos a las personas la libertad de hacer sus propias elecciones. «Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Corintios 3:17). Si hemos de juzgar, deberá ser según «la ley perfecta que da libertad» (Santiago 1:25). 

Nuestra preocupación con respecto a los demás no debería ser: «¿Hacen lo que yo haría o lo que quiero que hagan?», sino: «¿Hacen una libre elección?» Cuando aceptamos la libertad de los demás, no nos enojamos, ni nos sentimos culpables, ni escatimamos el amor cuando nos ponen límites. Cuando aceptamos la libertad de los demás, nos sentimos mejor con la propia.


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